Mi mamá siempre había sido una mujer de carácter fuerte, alguien que no toleraba que las cosas salieran mal. Aquella tarde, la maldita secretaria tuvo el descaro de informarle que los documentos en los que había trabajado durante horas no eran los correctos. Pasó horas frente al computador, agotada, dedicando su energía a ese maldito documento, solo para que todo su esfuerzo se desvaneciera en un instante. La noticia la devastó. El estrés la consumió, y su furia desencadenó un pre-infarto que, tristemente, empeoró. En un abrir y cerrar de ojos, la vida se nos escapó de las manos, y ella murió.
Después de recordar aquello fui deprisa a refugiarme en el baño. Necesitaba un respiro, un momento para procesar todo. Me lavé el rostro con agua fría, tratando de calmar el temblor de mis manos. Peiné mi cabello rojizo, ese que tanto llamaba la atención, y lo trencé con precisión, más como una distracción que por necesidad. Siempre había atraído miradas por su color intenso y su caída ondulada hasta la cadera, pero ahora, la única opinión que me rondaba la mente era la de Diecisiete, quien me dijo que no era nada especial. ¿Por qué habría dicho eso?
Me miré en el espejo, buscando señales de debilidad, tratando de asegurarme de que mis ojos no estuvieran rojos, para evitar preguntas incómodas de Bárbara. No quería que nadie viera la tristeza que me corroía por dentro. Me dirigí a la sala a ver qué hacía ella, y seguía en el computador hablando por Skype con un chico.
—Estaré en mi habitación si me necesitas... —afirmé fijándome en la pantalla a ver quién era.
—Es Anton... —replicó esta como si leyera mis pensamientos.
Anton es un amigo virtual de Bárbara que vive en España, llevan mucho tiempo hablando por videollamadas, antes me daba un poco de miedo, pero descubrí que es un buen chico o al menos así se ve.
—Bien... dile que saludos de mi parte —subiendo las escaleras hacia mi habitación.
Llegué a la puerta de mi habitación. La abrí lentamente, y el familiar ambiente oscuro me envolvió como un abrazo frío. Siempre he mantenido mi habitación cerrada y oscura, casi como un refugio secreto, mi propio santuario. Algunos lo llaman manía, pero a mí me gusta así. Las ventanas siempre selladas, las cortinas cerradas, y el aire acondicionado encendido, manteniendo el suelo tan frío que se sentía como hielo bajo mis pies descalzos. Esa sensación era un placer culpable que me recorría de pies a cabeza.
Pero esta vez, algo estaba mal. Al entrar y cerrar la puerta tras de mí, me quedé helada. Una de las ventanas estaba abierta, las cortinas ondeaban con la brisa que se colaba junto con la luz que invadía la oscuridad que tanto apreciaba.
—¿Qué haces aquí? —Mi voz tembló mientras lo veía. Estaba ahí, en medio de mi refugio—. ¡Sal de mi habitación ahora mismo! —dije, empujándolo con manos temblorosas, sintiendo el calor de su pecho firme bajo mis dedos.
Él sonrió, esa estúpida media sonrisa que me hacía poner de los nervios. Se sentó en mi cama, su presencia desafiando todo lo que había construido en mi espacio personal.
—Relájate, pelirroja. Estás demasiado tensa —murmuró, su voz era un susurro que parecía deslizarse por mi piel—. Me gusta esta habitación... fría, oscura. ¿La hiciste pensando en mí?
—No estoy de humor para... esto —contesté, luchando contra el miedo y el deseo que comenzaban a mezclarse dentro de mí. Lo último que necesitaba era que Bárbara lo viera y comenzara a hacer preguntas.
Él se inclinó, tomando mi mochila antes de que pudiera detenerlo. Con una destreza que me dejó sin palabras, sacó mi libro ¡Preparaos para Morir!
—Buen título —comentó, hojeando las páginas con desinterés calculado.
—Eres el ser más abusador que he conocido... —dije, llevándome una mano a la frente en un intento de mantener la compostura.
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Amor Impropium
RomanceEn medio de la oscuridad un hombre apuesto; y yo solo me reflejaba en sus enormes ojos grises... Es la tiranía de lo prohibido y lo imposible entre un ser inexistente y mi amor. ¿El Diecisiete solo es un número? No, también es el nombre de uno de lo...