Capítulo IX

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—¿Cómo?

—Soy tu amiga, Emma, no tienes que guardarme secretos, igual que yo no te los guardo a ti. Escucha, cada frase tiene un asterisco al inicio y entre paréntesis lo que hice. ¿Y me dices que es la frase de un libro? Vamos, por favor...

Me quedé en silencio. Bárbara me conocía demasiado bien, y sabía que estaba mintiendo. No podía decirle la verdad, y seguir mintiéndole solo empeoraría todo.

—Bueno —dijo ella, rompiendo la tensión—, si no quieres decírmelo, está bien.

—Bárbara, escúchame. Hay cosas que no pueden... —hice una pausa, buscando las palabras—. ¿Cómo explicarlo? No pueden ser contadas. Secretos que no son secretos para algunos, pero cuando intentas revelarlos a otros, todo se desmorona. Quieres decirlo, pero no puedes. No debes. No sé si me entiendes...

Su rostro se torció en una mezcla de molestia y confusión.

—¿Eh...? No, no entiendo. —Negó con la cabeza, claramente frustrada.

—Okay, olvídalo.

Se giró y salió de mi habitación. Me quedé ahí, atrapada entre la preocupación y la tristeza. Me levanté lentamente y me planté frente al espejo, intentando encontrar respuestas en mi propio reflejo. Pero antes de poder pensar más, Bárbara volvió a entrar.

—Sabes... nunca pensé que me ocultarías algo. Siempre he estado ahí para ti. Sabes que puedes confiar en mí. ¿Cuándo te he decepcionado?

—Bue... la vez en sexto grado cuando te pedí que no le dieras la carta a Reik, y lo hiciste de todos modos.

—Bueno, sí, pero me refiero...

—Y cuando en segundo año me prometiste que me llevarías a la fiesta de Jazmín, pero te fuiste sin mí —interrumpí, sin poder evitarlo.

—Okay, ya entendí, ¡puede que te haya fallado algunas veces! —levantó las manos en señal de rendición, asintiendo con la cabeza—. Pero este no es el caso. Hemos sido amigas desde primaria, y ahora, ¿vas a hacerme esto?

—No entiendes, Bárbara. Hay alguien que te está siguiendo, y tú ni siquiera lo notas. Estoy más preocupada que tú.

—¡No cambies de tema, Emma Abigail Thompson Miller! —gritó furiosa, usando mi nombre completo, algo que solo hacía cuando estaba realmente enfadada. Sabía lo mucho que odiaba mi segundo nombre.

—No —dije, firme.

—¿Qué? —apoyó con fuerza la mano en el marco de la puerta.

—No. No tiene que ser así. Eres mi amiga, y deberías entenderme.

—Siempre te entiendo, ¡pero es hora de que tú me entiendas a mí!

—Nadie entiende esto, Bárbara. Nadie lo hará.

—¿De qué hablas? Sabes qué, cuando reflexiones y te des cuenta de lo que estás haciendo, hablamos. Adiós. —Se fue dando un portazo, haciendo que las paredes vibraran con su furia.

El eco del portazo aún retumbaba en mi pecho cuando escuché la puerta de la entrada cerrarse tras ella. Me quedé quieta unos segundos antes de salir a la sala y desplomarme en el sofá. Mi cuerpo estaba pesado, agotado por la tensión. Cerré los ojos, intentando calmar la tormenta de emociones, pero de repente... lo vi.

Un hombre vestido completamente de negro. Alto, robusto, caminando con sigilo detrás de Bárbara. Su rostro, oculto bajo la sombra de un sombrero. Llevaba un saco negro que lo cubría por completo, y mantenía la mirada fija en el suelo, como si su mera presencia fuera una amenaza. Lo vi seguirla mientras cruzaba la esquina de Fir Vernon. Entonces, como si el aire mismo lo devorara, desapareció. Bárbara, quizá sintiendo el peligro, se volteó justo antes de que también ella... desapareciera. Su mochila cayó al suelo, la única prueba de que había estado ahí.

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⏰ Última actualización: Sep 29 ⏰

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