°Entre sasakama y manzanas°

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(Parte tres)

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No hay nada más sincero que los ojos.

Los ojos son considerados las ventanas del alma. Tú puedes ver a todos, pero todos pueden ver a través de ti. Felicidad, enojo, tristeza; alegría o melancolía; rabia o impotencia; amor o desamor... Todas esas cosas pueden ser vistas con tan solo una simple mirada, y no hay forma de que uno pueda cambiar eso. Los ojos dicen todo aquello que la boca calla, y demuestran más de lo que puedes llegar a imaginar. Es por esta misma razón que están tan vinculados con el alma, expresando todo lo que la misma siente, siendo un reflejo directo, honesto y puro.

Por eso sus ojos estaban apagados, porque su alma está a la espera de encontrar a su compañero destinado.

Esto es más complejo que el amor a primera vista. Es una conexión que vida tras vida solo se intensificaba ante el miedo de desaparecer para siempre, una llama intensa que esperaba al momento de volver a conectar con su compañero. Aunque sus ojos pueden ver y demostrar sus emociones, aunque puedan brillar de emoción o brillen por lágrimas acumuladas, aunque puedan funcionar sin haber encontrado a su persona especial... Estaban apagados. Esa llama intensa esperando para encenderse en cualquier momento y así colorear sus ojos de ese intenso amarillo que su madre supuestamente veía.

Ese preciso momento en el parque había sido una simple coincidencia.

Pensar en todas las cosas que pudieron alterar ese momento le daba dolor de cabeza, pero aun así cada posibilidad de que eso no hubiera sucedido lo hacía sentir una persona verdaderamente afortunada. Como si el universo le hubiera dado un pequeño empujón hacia adelante. Si su madre no lo hubiera mandado a caminar, si se hubiese ido antes de ese parque, o si optaba por descansar en cualquier otro lugar. Si el señor Shida no hubiera pasado por esa ruta, si no se hubiese detenido en ese parque para descansar, o si optaba por no hacer esa voltereta... Eran tantas cosas que pudieron haber sucedido para interrumpir ese mágico momento en su vida que lo consideraba como un pequeño tesoro, una coincidencia en el más puro sentido de la palabra.

Una hermosa coincidencia que había marcado un antes y un después en lo que ahora es Masamune Shichigahama.

Había regresado ese intenso brillo en sus ojos, incluso deslumbrando más que cuando era tan solo un pequeño crio. Había encontrado algo que lo hacía sentir vivo, encontró a personas que también compartían su pasión y se unieron a él, tenía una meta que alcanzar y no se permitiría descansar hasta alcanzarla. Ahora era una persona nueva, una persona con un sueño compartido, con un deseo ardiente en su corazón y con una nueva vida que no pensaba desperdiciar, no de nuevo al menos.

Las personas más alegres por todo este cambio eran su familia, quienes aún no lograban comprender del todo como toda su personalidad había cambiado de la noche a la mañana. En realidad, aún seguían dudando que fuera ese mismo Shichigahama que ni siquiera era capaz de salir de la cama, ahora siendo un Shichigahama que todos los días hacía ejercicio y salía a trotar con su padre todas las mañanas antes de desayunar. Incluso a él mismo le sorprendía. Pero aun así su familia estaba feliz por él, motivándolo a seguir adelante y dándoles tanto apoyo como pudiesen. Y realmente necesitaban apoyo. El almacén alejado de la mano de Dios que tenían por residencia necesitaba mucha ayuda para ser mínimamente habitable.

Pero en algún momento ese lugar lograría convertirse en un lugar para ellos. Él, junto con Tsukidate y Onagawa, junto con su entrenador Shida, estaban construyendo con sus propias manos un espacio para ellos. Y con solo pensar en la satisfacción que vendría luego de acabar, saber que lograrían obtener un lugar propio y que ellos mismos fueron quienes lo hicieron... Eso era suficiente motivación para seguir adelante, sin que su convicción flaqueara durante el proceso.

El color de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora