Razón 12: ser un rencoroso

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Resultó que todo lo que necesité hacer para deshacerme de Yeonjun King fue toquetear un poco su enorme ego; entonces desapareció por completo de la noche a la mañana, herido o puede que incluso ofendido por el hecho de que no cayera rendido ante su festival de gilipolleces como hacían el resto.

Fuera como fuera, no volví a saber nada más de él. Bueno, relativamente hablando, claro, porque en el mundo de las redes sociales, era difícil no saber lo que hacían los demás. De hecho, en esos meses, Yeonjun King se había ido a esquiar a Escocia, había hecho un sendero por York, visitado Nottingham y participado en más de media docena de festivales que envolvían cantidades absurdas de alcohol.

Puede que fuera absurdo, pero encontrarme con aquellas imágenes, vídeos e IG stories me animó a hacer mis propias salidas y aventuras. No como si fuera una especie de comTaehyunición, sino porque a veces necesitas un empujón para dejar la rutina atrás y lanzarte a hacer todos esos planes que siempre dejas para otro momento con malas excusas.

Yeonjun tenía un trabajo de horarios tan limitantes como el mío, pero aún así siempre parecía sacar un par de días para irse fuera de la ciudad; ¿por qué yo me quedaba siempre en casa y pensaba que nunca me daría tiempo a nada? Así que empecé a buscar destinos cercanos y saqué mi bicicleta para hacer algo más que llevármela de ida y vuelta a la comisaría.

Resultó ser una idea maravillosa. Hice un montón de rutas por la comarca, llegando incluso a Shropshire Hills, la reserva natural. Emocionado por la experiencia, me atreví incluso a tomarme unos días de vacaciones antes de Navidad para irme a Escocia a esquiar.


Cuando volví de Londres tras pasar las fiestas con mi familia, me sentía completamente renovado. Mi buen humor se hizo más que patente cuando Soobin me preguntó:

—¿Qué pasó, Beom?, ¿te has echado un novio del que no me has hablado?

—¿Qué? —perdí la sonrisa al momento—. No, ¿por qué?

—No sé, pareces tan contento últimamente...

—Hay bastantes razones por las que alguien puede estar contento, Soobin —le recordé, prefiriendo enfocarlo con humor—. Y no todas tienen que ver con una polla.

—Si tú lo dices —murmuró mientras se llevaba el pitillo a los labios y daba una calada del aire frío de la calle y el humo caliente del cigarro.

A veces me preocupaban esas ideas del guardia de tráfico sobre la capacidad de una persona de ser feliz sin necesidad de pareja. Siempre soltaba comentarios así, quejándose de llevar años soltero y refunfuñando sobre «a ver cuando podía volver a estar tranquilo»; y, sinceramente, a mí también me gustaba estar en pareja, pero eso no significaba que creyera que no podía tener una vida feliz y llena por estar solo.

—Has leído demasiadas veces Orgullo y Prejuicio —le acusé.

Soobin soltó un jadeo de humo gris, no solo del tabaco sino también de vaho debido al frío y la nieve que asolaba la ciudad por aquella época. En momentos como aquel, era cuando el departamento de tráfico más aborrecía su trabajo, recorriendo las calles heladas en busca de tickets de parquímetro que se hubieran pasado de la hora.

Al menos el resto podíamos disfrutar de la calefacción del coche patrulla y no tener que salir más que en contadas excepciones en las que nos dieran avisos.

—Nunca me he leído el libro —me dijo él—, pero la película me la he visto una buena docena de veces. —Entonces dio un par de toques al pitillo para echar la ceniza sobre el suelo nevado y preguntó—: ¿Vas a venir a la fiesta de Fin de Año?

—Sí, tengo turno de tarde, pero iré directo desde aquí. Él asintió.

—A ver el espectáculo que montan los puñeteros bomberos —murmuró con un rastro de desprecio, como siempre que hablaba de ellos.

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