Razón 7: estar demasiado atento al móvil

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Hay quien encuentra el amor de forma casual en el trabajo, en la universidad o en la cola del supermercado; y hay quien lo encuentra de forma activa, saliendo de noche y conociendo gente.

La segunda opción suele ser la más común.

Hay quien prefiere ligar de forma analógica, de tú a tú; y hay quien prefiere la comodidad de las apps que se usan en la tranquilidad de tu casa.

Todos quieren la primera opción, pero la vida moderna nos arrastra inevitablemente a la segunda. Lo que está claro es que el amor no va a venir a buscarte a la puerta de tu casa si tu no pones algo de tu parte para que ocurra.

Por eso, yo no me cerraba a ninguna de las opciones, incluso las que suponían esconder el móvil debajo de la mesa de la cafetería para mirar Tinder y perder la fe en la raza humana. Suena duro pero, sinceramente, era todo un proceso para el que había que estar mentalizado.

Había personas que dedicaban demasiado esfuerzo y otras que dedicaban demasiado poco; había quienes te escribían una biblia dedicada a sus gustos, aficiones y sueños, y quienes no escribían ni su edad; había los que se hacían sesiones de fotos dignas de Vogue y otros que ponían sus dos fotos del móvil más desenfocadas y borrosas.

Yo quería pensar que estaba en un punto medio: descripción breve, un par de aficiones y cinco fotos; todo lo necesario para hacerse una idea clara de mí y valorar la posibilidad de conocerme. Lo único en lo que había dudado era en si poner o no una imagen mía con el uniforme del trabajo. No era estúpido, sabía que ser policía era un plus muy grande, pero me temía que fuera una espada de doble filo. Posiblemente le gustaría a más gente, pero también me convertiría en un fetiche sexual; y yo no estaba allí para ser el fetiche de nadie.

Así que no la puse.

Fue una lluviosa tarde de descanso, en el discreto piso superior de un Starbucks, cuando con un café latte en una mano y el móvil en la otra, deslicé la pantalla para encontrarme con el perfil de Yeonjun King.

Era él en el baño de su casa, sin camisa, el cepillo de dientes en la boca, el pelo revuelto y la toalla anudada a la cintura.

Mi primera reacción fue arquear las cejas y deslizar el dedo hacia la izquierda mientras la señal de «Nope» aparecía en rojo en la pantalla. Entonces me detuve. Ladeé la cabeza y crucé las piernas. La verdad es que estaba increíble. Tenía un cuerpazo y los brazos tatuados, una v perfecta, un pectoral torneado y sin rastro de vello, y esa toalla anudada rápidamente a la cintura... dejaba mucho espacio a la imaginación y el erotismo.

Físicamente, Yeonjun King era todo lo que me gustaba. A mí y, evidentemente, al 90% de los homosexuales de Birmingham.

Eso no era algo que me doliera reconocer, solo algo que me daba cierta... pena.

Pasé la foto y vi la siguiente: él en el gym con camiseta de asas, pantalones muy cortos y dos dedos alzados con el símbolo de paz. La siguiente: él en la playa, sonriente, con gafas de sol, bañador muy corto y un mojito en la mano; la siguiente, él en el trabajo, con el uniforme de bombero y el casco, sonriendo y posando justo antes de subirse al camión —por supuesto, no podía faltar esa—; la siguiente, un pequeño vídeo en bucle, tomando una pinta en un pub con su camiseta ajustada, los brazos cruzados sobre la mesa y la lengua un poco fuera mientras guiñaba uno de sus almendrados ojos a la cámara.

Joder, era muy sexy. Ese fue el pensamiento que asaltó mi mente como una pequeña bomba. Una bomba que me hizo echar atrás la cabeza y tomar aire, recordándome a mí mismo que lo último que necesitaba en aquel momento era caer en la trampa de un borracho ególatra y frívolo.

Con un suspiro volví a mirar la pantalla del móvil y deslicé el dedo para leer lo que el increíble «Prince» se atrevería a decir sobre sí mismo. Lo primero que apareció después de su edad —29 años— fue el mensaje de «En Busca de», seguido de un macabro y salvaje «Relación Seria».

Solté tal «JA» que todos los demás clientes alzaron la mirada de sus portátiles y móviles para mirarme. No me importó, solo continué negando con la cabeza y sonriendo como un pequeño psicópata en mi esquina.

«No se me da nada bien escribir estas cosas, pero aquí va. Soy muy sociable, me gusta salir, viajar, hacer deporte y buscar planes divertidos, ya sea en casa o en la ciudad. Me considero alguien sincero y estoy en busca de la persona que me haga sentir especial».

Yeonjun King estaba tan lleno de mierda que podría abonar toda la comarca de York.

Por un momento estuve sentidísimo a hacer una captura de pantalla y enviársela a Soobin, pero lo pensé mejor y descarté la idea. El famoso Prince ya tenía suficientes hombres despechados riéndose de él a sus espaldas y diciendo mierda como para sumarme a ellos. Yo estaba por encima de eso.

A lo que no pude resistirme, sin embargo, fue a mirar su Instagram. El que, sorprendentemente, era privado. Eso no me lo esperaba. Lo que sí me esperaba era su foto de perfil —otra sin camiseta—, y sus más de 100k de seguidores.

Entonces, pasó el desastre. Al volver a la app de ligues, todavía perdido en mis pensamientos, me equivoqué de lado al deslizar, dándome cuenta en el último instante cuando sobre la pantalla apareció un enorme, verdoso y aterrador «LIKE».

Pero ya era tarde.

Sin aire en los pulmones y el corazón en un puño, miré el siguiente perfil el segundo en el que la pantalla se fundió en verde y apareció el mensaje «¡Es un Match!».

—¡Mierda! —exclamé, volviendo a asustar al resto de clientes—. No, no, no... no me jodas... — jadeé, inclinándome sobre la mesa para pasarme la mano por el pelo.

«Dile algo a Prince», me animaba el móvil; pero eso no iba a pasar.

«Ey, Soobin, ¿tú sabes cómo se deshacen los match estes? O se borran o se cancelan o se quitan o lo que sea, por favor», mandé el mensaje rápidamente.

Después, me puse a investigar por mi cuenta. El problema no era que hubiera sucedido, el problema sería si Yeonjun King se daba cuenta antes de poder deshacer el error. Sería como darle pie a creer que estaba interesado en tener algo con él, y las cosas habían quedado bastante bien entre nosotros después de esa fiesta del mes anterior.

Un rechazo suave, una pequeña broma y una relación amistosa pero neutra. Eso era lo que quería. Entonces, pasó el horror.

«Qué tal, Beomgyu?! No he vuelto a saber de ti desde la fiesta. Cómo va todo?»

Miré los mensajes en azul y después cerré los ojos antes de dejar caer la cabeza con un golpe seco sobre la mesa.

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