Razón 16: dejar las cosas pasar

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Algunas veces, las cosas simplemente fluyen sin esfuerzo. Ni demasiado rápido, ni demasiado despacio, como una gota de agua deslizándose por el cristal de la mampara de la ducha.

Sin apenas darme cuenta, Yeonjun y yo habíamos alcanzado la clase de amistad en la que nos pasábamos el día mandándonos mensajes estúpidos o quejándonos de la primera tontería que se nos ocurría.

La mayoría de veces, con fotos o audios rápidos; como el que le mandé aquella noche de finales de enero.

—Te juro por Dios que no entiendo cómo sigo dando dinero a Netflix. Sus series parecen escritas por monos cumpliendo una lista de cosas de moda: multiculturalidad, check, feminismo barato, check, gays, check; pero vamos a hacer siempre lesbianas para que los cis-heteros no se sientan amenazados, check...

Dejé el móvil tirado a un lado del sofá y continué negando con la cabeza mientras navegaba por la pantalla. Cuando un par de minutos después recibí la respuesta, escuché:

—Estoy apunto de terminar el turno. Cuando llegue a casa, hacemos una llamada y vemos una película a la vez, a ver quién se queja más.

—Eso es una gilipollez —respondí al momento—. Vente a casa y la vemos juntos como dos personas normales.

—Eso seria incluso mejor. ¿Me paso por la tienda a comprar palomitas?

—Sí, por qué no.

—Puedo comprar también condones...

—Si te hace ilusión, cómpralos. Puedes hacer globos con ellos mientras miramos la película. El siguiente audio era solo de Yeonjun riéndose, hasta que le mandé la dirección y me dijo:

—Ehh... ¡vives solo a tres calles del apartamento de Will! No me lo habías dicho —por el ruido lejano de su voz y el repiqueteo de la lluvia en los cristales, supe que ya estaba en el coche.

—¿No? Se me habrá olvidado —murmuré sonando cero convencido al respecto—. ¿Has comprado las palomitas?

—Y los condones —respondió.

Puse los ojos en blanco y dejé el móvil sobre un cojín, esperando a que escasos diez minutos después, sonara el timbre del portal. Salí al pasillo a recibir a Yeonjun, el cual salió del ascensor mirando primero al lado contrario antes de encontrarme al final del corredor, con mi camiseta de asas y pantalón de pijama.

—Woffff... —dijo lentamente mientras me daba un segundo repaso—. Woff, woff —añadió mientras caminaba en mi dirección, con la mochila al hombro y su cazadora de cuero. Mi favorita.

—¿Has cogido frío por el camino y ahora toses? —le pregunté, haciéndome a un lado para dejarle pasar.

—Si te dijera lo que estoy pensando en coger, te asustabas —me dijo al pasar por mi lado, lo que me arrancó un leve bufido y una sonrisa.—Joder, este apartamento es enorme —exclamó cuando cerré la puerta—. ¿Cómo puedes pagar el alquiler tú solo?

Westside tenía montones de antiguas fábricas reconstruidas y reconvertidas en apartamentos y lofs con enormes ventanales y mucho espacio abierto. Eso había puesto el barrio muy de moda y había encarecido los precios hasta lo absurdo, por eso Yeonjun estaba tan sorprendido.

—Mis padres conocían al dueño y me hizo una bajada de precio.

—Creía que eran profesores de secundaria, no mafiosos —respondió, quitándose la cazadora de camino a la cocina, en un extremo.

—Mi madre es profesora, mi padre tiene un pub y conoce a bastante gente. Yeonjun murmuró con interés y echó otro vistazo antes de negar con la cabeza.

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