Capítulo 13

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Marnie

—¿Qué dije o hice para que creyeras que podías irte sin más? —El grito llena el espacio y repercute en las paredes del despacho de el señor Fedorov. Y dicho señor, está furioso, sus alaridos y gestos son pruebas suficientes con que sostener mi teoría. Pero, para sorpresa de todos, no estoy asustada. Ya no estoy desarmada, no completamente, he movido mis primeras piezas y el juego promete.

—¿Debía consultarlo contigo —Ladeo el rostro y ofrezco un gesto de confusión inocente, una burla a su enojo—, pedirte permiso acaso?

Rebajarme a pedirle permiso es una humillación imposible de procesar calidamente. Entiendo su posición y la mía, y el error grave que cometo al faltarle el respeto a un hombre como él. Pero, si quiero estar a su altura y no ser una mujer miedosa ante él y sus hombres, tengo que mostrar enteresa y confianza. También, me muero por restregarles en la cara que no les tengo miedo.

—¡Si! —Su afirmación es expresada con exasperación y a todo volumen. Y me divierte, poder estresarlo es un placer que disfruto enormemente. Saber que puedo afectarlo.

Está sociedad parece más la relación de un padre con su hija, con pedidos para salir a jugar y regaños a los gritos. Intolerable.

—¿Me habrías dejado? —Lo imagino junto a mi padre y no hay comparación, a mi progenitor podría imaginarlo fácilmente en un bloque de fusilamiento con él de blanco. Con Artem mis ideas pueden convertirse fácilmente en fantasías con advertencias de contenido para mayores.

Si, está guapo. Muy guapo. Puedo fingir todo lo que quiera, pero hipócrita no puedo ser.

—No —Niega sin pensárselo siquiera—, claro que no.

¿Y cómo espera que le pregunte?

—Entonces, ¿porqué habría de querer hacerlo? —Mis labios se contorsionan en un gesto de confusión. Mi intención es irritarlo, aún más.

Si la voy a pasar mal—exponiéndome a una realidad que creí haber dejado atrás—, sufrirá conmigo.

Y parece que lo estoy logrando, puedo ver como sus dientes se oprimen entre sí y su mandíbula se tensiona.

—Trabajas para mi —Vislumbro una ira asesina en sus iris—, tú trabajas para mí.

Jefe, ¿le han dicho que si no deja de decir que tiene el control, es porque no lo tiene en realidad?

—Y te dije que me haría cargo —Lo dije, fue lo último que le dije. Fue una advertencia, ¿qué no la escuchó?—, ¿a qué creíste que me refería?

Todos los hombre son iguales, escuchan solo lo que quieren escuchar y después se quejan cuando una actúa.

—Lo que tú hagas o no, yo debo aprobarlo —Presiona su índice en el escritorio—. Así funcionan todas las relaciones profesionales —Me explica como si fuera tarada, es de dar risa—, jefe y subordinada.

¿Subordinada? Uy, te confundiste conmigo Artem.

—¿Te parezco una subordinada? —¿Es tarde para decir que tengo en mi expediente un sinfín de notas por desobediencia a la autoridad? Tantas como para empapelar una habitación, tengo suerte de seguir teniendo empleo.

Lleva ambas manos a los soportes para los brazos que tiene su asiento y se sacude, parece estar conteniéndose. ¿Se va a lanzar sobre mi?

—Lo que me parezcas, no importa —Gruñe enfurecido—. Así funcionaremos de ahora en adelante.

¿Funcionaremos? El plural me suena a manada

—Así yo no trabajo —Sentencio.

Una pequeña arruga en su nariz y una mueca torcida, me dicen que mi rebeldía lo enfurece. Y me muerdo la boca, negándome a reír.

Un Huésped Indeseado © (INTRUSOS I) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora