4. Conocida y localizable

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Elisa se acomodó en su asiento con las manos temblorosas mientras el avión despegaba. No se esforzó en disimular y, en el fondo, deseaba que la señora de anchas caderas que reposaba a su lado le preguntase. Le habría encantado que se interesaran, que alguien viese su mala cara y sus ojos aguantándose las lágrimas para poder explicar que le daba terror el sitio al que iba y el porqué y, sobre todo, tener que enfrentarse a ello sola. Pero nadie le preguntó.

Uno tiene la mala costumbre de sentirse o querer ser el protagonista de todo lo que vive. A veces, se olvida que en muchas cosas no se es protagonista, a veces ni siquiera se es personaje secundario. Muchas personas que pasan por la vida de otra no serán recordadas, y esa persona recordará a otras que no pensarán en ella.

Elisa no era la protagonista de la vida de su madre, ni siquiera la de su propia vida. En casa, siempre todo había girado en torno al trabajo de Elena. El hospital, los traslados, los trabajos de investigación, los ensayos clínicos, los triunfos y los fracasos. Elisa no tenía claro si le frustraba o si eso había definido su personalidad, simplemente lo aceptaba. Era así y ella estaba acostumbrada.

Solía preguntarse si, en algún momento, sucedería algo donde ella fuese lo más importante, donde todos la observaran y esperasen, con atención, su reacción o su última palabra. Pero, ¿se es realmente protagonista de algo o todo depende solo de quien está mirando? ¿Puede una persona sentirse protagonista sólo porque alguien le mira como si lo fuera?

Despegaron a las cuatro en punto de la tarde y llegarían a San Petersburgo más o menos a las dos de la mañana hora local.

Jugueteó con la carpeta de veinte centímetros que tenía en las manos. En ella guardaba todo lo que importaba en aquel viaje: la documentación que demostraba su identidad, así como la partida de nacimiento donde figuraba el nombre masculino que le había faltado siempre, la carta que su madre le había ocultado durante años y la dirección del lugar al que debía dirigirse.

Observó su reflejo en la ventanilla.. No se reconocía en lo que veía pero prefería ese aspecto que el que tenía antes de la pelea con su madre. Lo que le había confesado no era un asunto sin importancia, por lo que Elisa estaba segura de que recordaría aquel día como uno de los más traumáticos de su vida. Las lágrimas acudieron a sus ojos al rememorarlo. Su madre se había roto al confesarle que la había mantenido alejada de su familia paterna con la intención de que no se conocieran nunca. Elisa había llevado a su madre al límite aquel día logrando lo que pretendía, que se derrumbara, que cayeran todos sus muros y contara lo que ocultaba. Había tenido siempre sospechas claras pero su mundo quedó destruido cuando descubrió que era peor de lo que imaginaba.

Siempre imaginó que su madre habría tenido desacuerdos con su padre y eso dio como resultado un hombre que no quería estar presente.

Su corazón se rompió en mil trozos cuando supo que se trataba de un hombre que la había buscado durante dieciocho años.

Su madre se había marchado del hogar conyugal a los cinco meses de dar a luz rompiendo su relación con él de raíz. Había pasado dieciocho años evitando que llegara a sus manos cualquier correspondencia y comunicación por parte de su padre. Hasta que el dichoso sobre llegó en 2016, donde aquel abogado le comunicaba que Iván había muerto y que debían solucionarse los trámites de la herencia que correspondía a la hija de ambos. El abogado había explicado con todo lujo de detalles que, en caso de no querer reclamar la herencia, era necesario rechazarla oficialmente.

Las sospechas e hipótesis que había elaborado con Sanae aquellos años, a veces de broma y a veces en serio, no se acercaban ni lo más mínimo a la realidad cruel e injusta que había descubierto.

Después de perderteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora