6.helados que arden

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Ya habían vuelto al pueblo,martin tenía turno de trabajo por la mañana,pero habían vuelto a quedar a las 3 para esta vez ir a tomar un helado juntos antes de ir a lo de Paqui.

A las tres en punto, Juanjo llegó a la heladería.
Esta vez, el sol brillaba con más fuerza, haciendo que la idea de un helado fuera aún más tentadora.

"la compañía lo era más"

Martin llegó unos minutos después,le había tocado cerrar la tienda, luciendo una camisa verde menta ligera y unos vaqueros que acentuaban su estilo desenfadado.

Martin pidió un helado de vainilla con lotus,el único que era capaz de digerir,mientras Juanjo optó por uno de chocolate con avellanas. Todo transcurría de manera relajada, y ambos disfrutaban de la compañía mutua, compartiendo pequeños detalles de sus mañanas.

Cuando llegó el momento de pagar, Juanjo se llevó una mano al bolsillo, y su expresión cambió rápidamente a una mezcla de sorpresa y nerviosismo.

—Mierda... —murmuró, revisando frenéticamente los otros bolsillos—. Creo que me he dejado la cartera en casa.

Martin, que ya había sacado su billetera para pagar su parte, arqueó una ceja con una sonrisa pícara en el rostro. Se acercó un poco más a Juanjo, disfrutando visiblemente de la situación.

—Vaya, vaya, ¿así que has salido sin un centavo? —dijo, con un tono que dejaba claro que iba a aprovechar la ocasión.

Juanjo asintió, apenado, mientras se rascaba la nuca. —Parece que sí... No me di cuenta al salir. Lo siento.

Martin le dio una mirada llena de picardía, inclinándose aún más cerca, hasta que sus labios quedaron peligrosamente cerca del oído de Juanjo.

—Bueno, eso te deja en una posición bastante vulnerable, ¿no? —susurró con una voz cargada de insinuación—. Y deberías saber que no me gusta perder una oportunidad.

Juanjo sintió un escalofrío recorrer su espalda, y su rostro se sonrojó ante la proximidad de Martin y el tono de sus palabras. No sabía cómo reaccionar; por un lado, estaba avergonzado por haber olvidado la cartera, pero por otro, no podía ignorar la electricidad en el aire.

—Tal vez haya algo que puedas hacer para pagarme... —continuó Martin, disfrutando de la reacción de Juanjo, que parecía atrapado entre la confusión y la curiosidad.

Juanjo se tragó la incomodidad inicial, su mente girando ante la provocación evidente de Martin.

—¿Ah, sí? —preguntó, tratando de mantener la compostura—. ¿Y qué se supone que debo hacer?

Martin sonrió ampliamente, inclinándose un poco más hasta que sus labios casi rozaron los de Juanjo.

—Te lo diré cuando llegue el momento... —dijo en un susurro antes de dar un paso atrás, sacando su billetera y pagando ambos helados sin ningún problema.

La cajera les entregó el cambio y les deseó buen día, ajena a la tensión que se había creado entre los dos. Martin le pasó a Juanjo su helado con un guiño.

—Por ahora, disfrútalo —dijo Martin, tomando una lamida provocativa de su propio helado.

Juanjo lo observó, mordiéndose el labio mientras trataba de ocultar una sonrisa. Sabía que Martin estaba jugando con él, disfrutando de cada segundo, pero no podía evitar sentirse atraído por esa confianza descarada.

Ambos salieron de la heladería y comenzaron a caminar por el paseo, disfrutando del calor del sol y del helado que lentamente se derretía. La conversación fluyó fácilmente, pero la tensión persistía en el aire, como una corriente subterránea que ninguno de los dos podía ignorar.

Mientras lamían sus helados, Martin lanzó otra mirada insinuante hacia Juanjo.

Juanjo sintió un cosquilleo en el estómago, sabiendo que ese juego estaba lejos de terminar, y que probablemente sería él quien disfrutaría de la última jugada.

Continuaron su paseo, hablando de trivialidades y riendo, pero la promesa velada en las palabras de Martin resonaba en la mente de Juanjo, anticipando el momento en que su deuda sería cobrada... de una manera que seguramente ninguno de los dos olvidaría.Después de un rato paseando por el centro del pueblo, terminaron sus helados y decidieron sentarse en un banco bajo la sombra de un árbol. El aire fresco les acariciaba el rostro mientras observaban el bullicio tranquilo del pueblo, las conversaciones con los vecinos, y las risas de los niños que jugaban cerca.

Martin, por su parte, parecía disfrutar del ambiente, apoyando su espalda contra el banco y cerrando los ojos, como si estuviera totalmente en paz. De repente, abrió un ojo y lanzó una mirada lateral a Juanjo, esbozando una sonrisa que dejaba ver que sabía exactamente lo que pasaba por la cabeza del otro.

—¿Estás pensando en cómo pagarme, Juanjo? —preguntó con un tono casual, pero con un brillo travieso en los ojos.

Juanjo sintió un leve rubor subirle a las mejillas, pero intentó mantener la calma.

—Puede ser… —dijo, tratando de parecer indiferente mientras se inclinaba hacia atrás en el banco—. O quizá estoy pensando en si realmente debo pagarte.

Martin soltó una risa suave y se incorporó un poco, acercándose más a Juanjo.

—Oh, eso no lo dudo. Pero vamos, sé que en el fondo te mueres de curiosidad —susurró, inclinándose aún más cerca, tan cerca que Juanjo pudo sentir el calor de su aliento,a la vez que posaba una mona en la pierna del mayor.

Juanjo se mordió el labio, dándose cuenta de que su juego había salido un poco mal, y ahora estaba atrapado en la red de Martin. Este último lo miró a los ojos, disfrutando de la manera en que Juanjo luchaba por mantener la compostura.

—Tal vez... —dijo Juanjo, permitiéndose un pequeño atrevimiento—. Pero también sé que te encanta hacerme esperar.

Martin rió, satisfecho por la respuesta. Se inclinó aún más cerca, hasta que sus labios rozaron ligeramente el lóbulo de la oreja de Juanjo.

—A veces, la espera lo hace todo más interesante —murmuró haciendo que le recorriera un escalofrío y dejara la piel de gallina al contrario.

Antes de que Juanjo pudiera responder, Martin se levantó de repente, como si nada hubiera pasado, y extendió la mano hacia él.

—Vamos, tengo una idea. —dijo Martin con una energía renovada y esa chispa de diversión en sus ojos.

Juanjo lo miró con cautela, pero su curiosidad superó cualquier duda, y tomó la mano de Martin, que lo ayudó a levantarse.

—¿Adónde vamos? —preguntó Juanjo mientras Martin lo guiaba por las calles del pueblo.

—Ya verás —respondió Martin con una sonrisa misteriosa.

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