xɪ. ᴇʟ ᴄᴏɴᴄɪᴇʀᴛᴏ

196 31 58
                                    

Estoy atacado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Estoy atacado. No sé dónde meterme o qué hacer. Hacía mucho que no sentía tanta ansiedad. No dejo de dar vueltas por la habitación, mientras todos me miran. Creo que mi evidente nerviosismo los pone nerviosos a ellos.

- Carlos, por el amor de Jesús, siéntate – me ruega Fernando, en español.

- ¡No puedo! Hay... ¿Cuántas personas hay ahí fuera? ¿Cincuenta mil? ¿Sesenta mil?

- Más o menos sesenta y cinco mil – murmura Lando, sin dejar de escribir en su dichoso cuaderno.

- ¡Sesenta y cinco mil! – Casi chillo. – Voy a tener una crisis nerviosa – murmuro, tirándome del pelo.

- ¿No la estás teniendo ya? – Inquiere George, aparentemente divertido.

- Ave María Purísima – me siento en el suelo, y Fer se levanta, sobresaltado.

- ¿Estás bien? ¿Te has mareado?

- Sólo necesito tumbarme – susurro, tendiéndome boca arriba en el suelo. – Sí, señor. Mucho mejor.

- Carlos, ¿quieres un té? – Me ofrece Alex, levantándose y acercándose a la cocinita que hay en la sala, donde hay un repertorio de utensilios para preparar té y café. – ¿Una tila, quizá?

- Eso estaría genial – asiento, tapándome la cara con las manos. – Gracias, Alex.

- ¿Necesitas algo más? – Insiste Fernando.

- No, gracias. Estoy muy bien aquí...

Escucho la risa de Charles, y la colleja que le da Fernando, y aunque parezca un idiota, me quedo tumbado hasta que Alex se acerca con un té. Me levanto y lo tomo entre mis manos, agradeciéndole de nuevo, y me siento en el sofá, dándole un buen sorbo.

- Todavía recuerdo la primera vez que nosotros actuamos frente a tanta gente – comenta Charles, entonces.

- Yo vomité – apunta George.

- Yo no comí nada en más de veinticuatro horas – se ríe Alex.

- Yo no comí nada en más de veinticuatro horas y aún así, vomité – dice Lando, por su parte.

- Sí, y cuando acabó el concierto, se desmayó – añade Charles.

- Casi lo mato por darme ese susto – asiente Fer.

- Su padre casi te mata por dejar que a su niñito le pasara aquello – se ríe George.

Yo sonrío ante la anécdota, y miro a Lando, que está negando con la cabeza, avergonzado por la pequeña historia.

- ¿Y tú, Charles? – Inquiero, mirando al monegasco. Él no ha dicho nada sobre cómo se sentía. – ¿Tú estabas nervioso?

- Ni un poco – niega, muy orgulloso.

Remember Us This Way || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora