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𝗖𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟴: 𝗘𝘀𝗰𝗮𝗹𝗼𝗳𝗿í𝗼𝘀

El reloj marcaba las 2 de la tarde cuando la tormenta cayó sobre la ciudad como un manto oscuro, envolviendo todo en una cortina de agua

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El reloj marcaba las 2 de la tarde cuando la tormenta cayó sobre la ciudad como un manto oscuro, envolviendo todo en una cortina de agua. La lluvia caía con fuerza, golpeando las ventanas y el techo de la casa con un ritmo constante.

En ese momento, un auto negro se detuvo frente a la casa, y de él descendieron los padres de Lucifer, protegiéndose de la lluvia con una sombrilla blanca, se miraron entre sí con una sonrisa, antes de entrar en la casa.
Al abrir la puerta, fueron recibidos por un aroma delicioso que llenaba el aire, como si la casa misma estuviera cocinando algo especial. La carne se freía en una sartén, y el olor a especias y hierbas se mezclaba con la melodía de ópera que salía de la sala de estar, creando una atmósfera cálida y acogedora.

Los padres de Lucifer dejaron sus cosas en una mesa pequeña cerca de la entrada y se miraron a su alrededor, admirando la nueva decoración de la casa. En ese momento, Alastor salió de la cocina, sonriendo mientras se limpiaba las manos.

— ¡Bienvenidos!  — exclamó Alastor, con una sonrisa. — Les he preparado algo especial para comer. Vengan, siéntense por favor

— La madre de Lucifer se adelantó, con una sonrisa en su rostro. — Alastor, siempre tan amable y hospitalario. Gracias por cocinar para nosotros

— Por cierto ¿Cómo has conseguido alimentos? Si recién nos hemos mudado ¿Acaso fuiste al pueblo? — El padre de Lucifer se unió a la conversación, con una mirada de curiosidad en su rostro

— Le diré la verdad, si fui, y con mi propio dinero compré lo que van a comer, les aseguro que les va a encantar, sobre todo la CARNE que estoy haciendo.

— No te hubieras molestado, Alastor, pero no te preocupes, mi esposo te va a pagar ¿Cierto, mi amor? — Mencionó Beatriz mirando a su esposo.

— Así es muchacho, ahora sirve y sorprendemos como lo hiciste la primera vez.

Alastor regresó a la cocina, donde la carne crujiente esperaba ser servida. Con habilidad, la colocó en dos platos, acompañada de unas hierbas frescas y papas doradas. El aroma que desprendía era irresistible, y nadie podría resistirse a probarla.

Con los platos en mano, Alastor se dirigió a la mesa donde esperaban la señora Beatriz y el señor Enrique. La señora Beatriz, con una sonrisa expectante, se inclinó sobre su plato y tomó un bocado. Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendida por el sabor exquisito que explotaba en su paladar.

— Por otro lado, el señor Enrique, con una expresión más seria, miró a Alastor y preguntó. — ¿Y mi hijo? ¿Dónde está?

— Él... Él Está durmiendo, hace poco antes que ustedes llegarán le pregunté si quería almorzar pero me dijo que estaba cansado y le dolía un poco su cabeza.

SMILE | RADIOAPPLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora