La luna llena colgaba en lo alto del cielo, proyectando su pálida luz sobre el denso bosque que se extendía como un manto oscuro hasta donde alcanzaba la vista. El aire estaba cargado de una energía ancestral, una magia tan antigua que parecía vibrar en cada hoja, en cada sombra. Era una noche como cualquier otra para él, el cazador. Silencioso y letal, se movía entre los árboles con la destreza de alguien que había pasado toda su vida acechando a criaturas que otros solo podían imaginar en sus peores pesadillas.
Su nombre era Damon, un nombre que resonaba con temor entre aquellos que conocían las leyendas. Descendiente de una larga línea de cazadores de lo sobrenatural, había sido entrenado desde niño para rastrear y capturar lo inalcanzable. No conocía otra vida. El peso de su linaje descansaba sobre sus hombros como una armadura invisible, endureciendo su corazón y afilando su mente. Su misión era clara: eliminar cualquier amenaza antes de que pudiera causar daño. Y en esta noche, había una criatura en particular que ocupaba sus pensamientos.
El fénix.
Damon había escuchado historias de estas míticas aves desde que era un niño, relatos de su poder regenerativo, de cómo renacían de sus propias cenizas, de cómo su fuego podía purificar o destruir. Durante años había creído que los fénix eran solo un mito, algo que los viejos cazadores contaban para asustar a los aprendices. Pero hacía apenas unos días, había recibido una pista que sugería lo contrario. Un anciano ermitaño en un pueblo remoto había hablado de un destello en el cielo, seguido por un incendio en lo profundo del bosque, un fuego que, según él, no era natural.
Damon había seguido esa pista, y ahora estaba aquí, en este bosque antiguo, en busca de la legendaria criatura. Los árboles parecían más antiguos que el tiempo mismo, y las sombras danzaban a su alrededor, como si tuvieran vida propia. Pero Damon no se dejaba intimidar. Había enfrentado monstruos antes, y sabía que el miedo solo era útil si lo usaba a su favor.
Mientras avanzaba por el bosque, sintió una presencia en el aire, algo que no era humano. Sus sentidos, afinados por años de caza, le decían que estaba cerca. Su mano se deslizó hacia la empuñadura de su espada, una hoja forjada con acero y magia antigua, capaz de cortar incluso las criaturas más poderosas. Pero algo en el aire lo hizo detenerse. Una sensación desconocida, una especie de calor que parecía provenir de todas partes y de ninguna en particular.
Y entonces la vio.
No era como la había imaginado. No era solo una criatura de fuego y plumas doradas. Era... más. Una figura humana emergió del corazón de las llamas que crepitaban en un claro del bosque. Una mujer de cabello hermoso como de las misma diosas que parecía flotar en el aire, sus ojos brillando como esmeraldas. Su piel era de un tono dorado, como si estuviera hecha de luz, y cada uno de sus movimientos dejaba un rastro de calor en el aire.
Damon se quedó sin aliento por un momento, pero solo un momento. Sabía que no podía dejarse engañar por su apariencia. Había cazado demonios que se disfrazaban de ángeles, monstruos que se ocultaban tras rostros inocentes. Pero algo en ella lo desarmó. No era solo su belleza, era la mirada en sus ojos, una mezcla de sabiduría antigua y vulnerabilidad.
La mujer, o el fénix, lo miró directamente, como si pudiera ver a través de su alma. No había miedo en sus ojos, solo una calma serena que lo desconcertaba. Damon apretó la empuñadura de su espada, pero no la desenvainó. Algo lo detenía, algo que no podía entender del todo.
—Eres un cazador —dijo ella, su voz suave, como el crepitar de una hoguera en una noche fría—. ¿Qué es lo que buscas en este bosque?
Damon dudó antes de responder, sus palabras saliendo más duras de lo que pretendía.
—Busco aquello que no debería existir en este mundo. Algo que podría causar destrucción si no es detenido.
La mujer inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera considerando sus palabras. Luego sonrió, una sonrisa triste que no alcanzó sus ojos.
—Siempre lo mismo. Siempre la destrucción. ¿Alguna vez te has preguntado si lo que cazas merece realmente morir?
Damon frunció el ceño. No estaba acostumbrado a que sus presas le hablaran, y menos de esa manera.
—No es mi tarea cuestionar. Es mi tarea proteger.
La mujer dio un paso adelante, y Damon sintió el calor intensificarse, rodeándolo como un manto invisible.
—¿Proteger a quién? —preguntó ella—. ¿A aquellos que nunca entenderán? ¿O a ti mismo, de lo que no puedes comprender?
El cazador sintió que sus defensas comenzaban a tambalearse. Nunca antes había dudado de su misión, pero esta criatura, este ser de fuego y luz, estaba sembrando semillas de incertidumbre en su mente. ¿Era posible que estuviera equivocado? ¿Que la verdadera amenaza no fuera ella, sino algo más grande, algo que no podía ver?
Pero no podía permitirse el lujo de dudar. La duda era un veneno en su línea de trabajo, y ya había visto a otros caer por menos.
—No puedo permitir que vivas —dijo Damon finalmente, aunque su voz carecía de la firmeza que solía tener.
La mujer lo miró fijamente, y por un momento, pareció que iba a decir algo más. Pero en lugar de eso, sus ojos se suavizaron y su forma comenzó a cambiar. Las llamas a su alrededor se intensificaron, envolviéndola por completo hasta que ya no pudo distinguir su figura humana.
El fénix alzó el vuelo, un ave de fuego que se elevaba hacia el cielo nocturno, dejando un rastro de cenizas brillantes tras de sí. Damon observó en silencio, su mano todavía en la empuñadura de su espada, incapaz de moverse.
Cuando el último destello de luz desapareció en la oscuridad, Damon supo que la caza no había terminado. Apenas había comenzado. Y por primera vez en su vida, no estaba seguro de quién era el cazador y quién la presa.
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Amor inmortal
RomanceEn un mundo donde lo mítico se entrelaza con lo real, Amor Inmortal narra la apasionante y peligrosa historia de un cazador solitario y una mujer que guarda el secreto más antiguo de la humanidad: es un fénix, una criatura inmortal que renace de sus...