Fuego y Destino

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El eco de las llamas seguía danzando en el aire, envolviendo a Damon en una extraña mezcla de calor y confusión. Mientras las cenizas flotaban como estrellas en la oscuridad, su mirada no podía apartarse de donde había visto desaparecer al fénix, esa mujer que ahora ocupaba todos sus pensamientos. Su belleza sobrenatural, la intensidad de su presencia, pero sobre todo la conexión que había sentido, le desconcertaba.

Por primera vez en su vida, el cazador, entrenado para no dudar, estaba lleno de preguntas que no tenían respuestas claras. ¿Por qué no había sido capaz de atacarla? ¿Qué era esa sensación que había sentido cuando ella lo miró? Era más que admiración; era como si sus destinos estuvieran ligados de una forma que escapaba a su comprensión.

"¿Alguna vez te has preguntado si lo que cazas merece realmente morir?"

Esas palabras resonaban en su mente, su voz como un eco lejano que no podía ignorar. Damon avanzó lentamente por el bosque, perdido en sus propios pensamientos. Recordaba cómo su padre le había enseñado que cualquier criatura sobrenatural era un peligro para los humanos, que era su deber proteger a los inocentes eliminando cualquier amenaza. Pero Isabel no era solo una criatura de fuego y poder, era algo mucho más profundo.

"¿Qué soy para ti?" se preguntaba una y otra vez. La forma en que ella lo miraba, esa mezcla de desafío y algo más, lo había desarmado. Y en su pecho, sentía algo que no había sentido nunca antes: deseo. Deseo de conocerla, de comprenderla, de estar cerca de ella.

Damon sacudió la cabeza, tratando de ahogar esos pensamientos, pero sabía que era inútil. Su entrenamiento había sido siempre claro, pero ahora las reglas que regían su vida se desmoronaban. Isabel, el fénix, no era solo una presa. Había algo entre ellos, algo que lo llamaba, como un fuego que no podía extinguir.

El segundo encuentro

Las horas pasaron mientras Damon recorría el bosque, siguiendo el rastro de cenizas que el fénix había dejado en su vuelo. El sol ya había comenzado a ponerse cuando sintió una nueva presencia a su alrededor, un calor suave que le envolvía como una brisa cálida. Se detuvo, sus sentidos en alerta, pero esta vez no desenvainó su espada. En el fondo, sabía quién estaba cerca.

De entre los árboles, como una visión entre las sombras, Isabel emergió de nuevo. Su forma humana brillaba bajo la luz del ocaso, cada paso que daba era como una danza entre lo sagrado y lo prohibido. Damon no pudo evitar sentir cómo su corazón latía más rápido.

—Sabía que volverías —dijo ella suavemente, su voz tan cálida como el crepitar del fuego—. No podías evitarlo, ¿verdad?

Damon la miró fijamente, incapaz de apartar la vista de ella. Había algo magnético en su presencia, algo que lo atraía de una manera que no podía controlar. Se sentía vulnerable, desarmado, pero no en el sentido físico. Era su corazón el que estaba expuesto.

—No vine a cazar —respondió finalmente, su voz más suave de lo que esperaba.

Isabel sonrió, y en esa sonrisa había un destello de tristeza, como si supiera más de lo que decía.

—Lo sé. Lo siento en ti, Damon. Eres un cazador, pero esta vez no estás aquí para destruirme.

Damon dio un paso hacia ella, y aunque la distancia entre ambos era pequeña, sentía que cruzaba un umbral que no tenía vuelta atrás. La cercanía de Isabel, su calor, lo envolvía. Sus ojos, de un verde intenso, lo miraban con una mezcla de ternura y desafío.

—¿Por qué siento esto? —preguntó él, incapaz de seguir conteniendo lo que lo atormentaba—. Nunca he dudado antes, nunca he sentido esta... conexión.

Isabel se acercó, y Damon sintió cómo el aire entre ellos se cargaba de algo eléctrico, casi palpable. Levantó la mano, sin pensar, y tocó suavemente su mejilla. El calor de su piel le recorrió el cuerpo, encendiendo una llama interna que no podía ignorar.

—Porque nuestros destinos están entrelazados —dijo ella, inclinando su rostro hacia su mano, aceptando el contacto—. Somos más que cazador y presa, Damon. Siempre lo hemos sido.

Él sintió un nudo formarse en su garganta. No quería creerlo, pero no podía negarlo. Había algo entre ellos, algo que iba más allá de lo que su mente podía explicar. Y aunque su deber le decía que debía terminar lo que había comenzado, su corazón, por primera vez, se rebelaba.

—No puedo... no puedo hacerte daño —admitió él, su voz quebrándose—. No quiero.

Isabel tomó su mano, la que aún descansaba en su mejilla, y la apretó suavemente contra su piel. El calor que irradiaba no era solo físico, era algo más profundo, una conexión que atravesaba el tiempo y el espacio.

—Y yo no quiero que lo hagas —susurró ella—. Pero esto no es solo una cuestión de lo que queremos. Algo más grande nos está moviendo, Damon. Y si no lo aceptamos, el fuego que nos une nos destruirá.

Las palabras de Isabel lo llenaron de una mezcla de temor y anhelo. Sabía que estaba perdiendo el control, que se estaba adentrando en un terreno peligroso, pero ya no le importaba. Todo lo que podía ver, todo lo que deseaba, estaba frente a él, envuelto en llamas y misterio.

Sin pensarlo dos veces, Damon la atrajo hacia él, sus labios encontrándose en un beso que fue como el estallido de un incendio en la oscuridad. El contacto fue tan intenso que casi perdió el equilibrio, pero Isabel lo sostuvo, su calor envolviéndolo, ardiendo a su alrededor. Y en ese momento, Damon supo que ya no había marcha atrás. Lo que sea que hubiera entre ellos, ya no podía negarlo.

El fénix no era solo una criatura a la que cazar. Era Isabel. Y de alguna manera, ella ya era parte de él...

Amor inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora