El crepitar del fuego era lo único que rompía el silencio entre ellos. Damon e Isabel se habían apartado al borde de un claro en el bosque, donde el resplandor de las estrellas se filtraba a través del follaje, creando sombras danzantes a su alrededor. El beso que habían compartido aún ardía en la memoria de Damon, y aunque ninguno de los dos había dicho nada desde entonces, las miradas que intercambiaban lo decían todo.
Isabel estaba sentada al borde de una roca, su forma humana iluminada por el brillo tenue de las llamas. Damon la observaba en silencio, incapaz de apartar los ojos de ella. Cada movimiento, cada gesto, era un recordatorio de lo sobrenatural que era, pero también de lo profundamente humana que parecía.
—Sabes que esto no puede durar —murmuró Damon, su voz quebrada por la confusión que lo carcomía.
Isabel lo miró, sus ojos verdes brillando con una mezcla de tristeza y determinación.
—No lo sé, Damon —respondió ella, su voz suave pero firme—. Lo que sé es que no quiero perder esto. No quiero perderte.
Damon sintió un nudo en su pecho. Quería responderle, decirle que él también sentía lo mismo, pero la verdad era que no sabía cómo. Todo en su vida había sido blanco o negro: cazar o ser cazado. Pero Isabel, ella era un misterio. Un fénix, sí, una criatura mágica y peligrosa, pero también alguien que lo comprendía de una manera que nadie más lo había hecho.
Antes de que pudiera hablar, un ruido en la espesura rompió el momento. Damon se levantó de un salto, con la mano en la empuñadura de su espada. Sus sentidos estaban en alerta máxima, y el aire a su alrededor pareció volverse más frío de repente.
—Algo se acerca —murmuró, su mirada fija en la oscuridad.
Isabel se levantó, y la temperatura a su alrededor aumentó ligeramente mientras su poder comenzaba a manifestarse. Sus ojos brillaban con una intensidad renovada, como si el fuego en su interior respondiera a la amenaza que se avecinaba.
—No estamos solos —susurró ella.
Damon asintió. No era solo una criatura la que los acechaba. Podía sentirlo en el aire, la tensión, el peligro inminente. Pero había algo más. Era una presencia conocida, pero que no había esperado encontrar aquí.
Del bosque emergió una figura alta y encapuchada, un cazador como él, pero con una mirada mucho más fría. Sus ojos brillaban bajo la capucha, y su sonrisa era cruel.
—Damon —saludó el hombre con un tono sarcástico—. No pensé que te encontraría protegiendo a una de estas... criaturas.
Damon frunció el ceño, reconociendo al hombre al instante. Se trataba de Lucan, un cazador rival que había estado detrás de muchas criaturas poderosas. Era conocido por su falta de escrúpulos y por perseguir cualquier ser sobrenatural sin importar las circunstancias.
—Lucan —respondió Damon, tensando la mano sobre su espada—. No tienes idea de lo que estás haciendo.
Lucan se rió con amargura, sacando su propia espada de plata, forjada para destruir criaturas como Isabel.
—Al contrario, lo sé perfectamente. El fénix debe morir, y tú, Damon, pareces haber olvidado cuál es nuestro deber.
Damon se movió para interponerse entre Lucan e Isabel, pero antes de que pudiera decir más, el otro cazador atacó con una velocidad letal. El choque de las espadas resonó en el bosque, y las chispas volaron mientras Damon bloqueaba cada golpe con esfuerzo. Lucan era tan hábil como él, pero Damon no podía concentrarse. Su mente estaba dividida entre la lucha y la necesidad de proteger a Isabel.
De repente, un grito de Isabel rompió la batalla. Damon giró la cabeza justo a tiempo para ver que otras criaturas oscuras, sombras invocadas por Lucan, se acercaban a ella. Isabel luchaba contra ellas, pero estaba siendo superada.
—¡Isabel! —gritó Damon, su corazón deteniéndose por un momento.
Fue en ese instante que lo supo. No era solo una criatura que había jurado proteger. Isabel era mucho más. Ella era su todo.
Con una fuerza renovada, Damon giró su espada y lanzó a Lucan hacia atrás, corriendo hacia Isabel. Cuando llegó a su lado, una de las sombras lo embistió, lanzándolo al suelo. Isabel gritó su nombre, pero estaba demasiado lejos para ayudarlo. Damon intentó levantarse, pero las sombras lo estaban envolviendo, drenando su energía. Sabía que si no hacía algo rápido, ambos morirían.
Fue entonces cuando Isabel hizo lo impensable. Su cuerpo comenzó a arder, y en un destello de luz, se transformó en el fénix. Las llamas rodearon a Damon, quemando las sombras y liberándolo. El calor era intenso, pero no lo lastimaba. Lo envolvía como un manto protector, un fuego que le daba vida en lugar de quitarla.
Cuando Damon se levantó, vio a Isabel volar sobre él, sus alas de fuego extendiéndose como un halo. Y en ese momento, lo supo. Estaba dispuesto a morir por ella, igual que ella lo estaba por él.
La batalla continuó, pero esta vez, Damon e Isabel lucharon juntos, sus movimientos sincronizados, como si el vínculo entre ellos les diera una fuerza sobrehumana. Juntos derrotaron a Lucan y a sus sombras, pero no sin pagar un precio.
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Amor inmortal
RomanceEn un mundo donde lo mítico se entrelaza con lo real, Amor Inmortal narra la apasionante y peligrosa historia de un cazador solitario y una mujer que guarda el secreto más antiguo de la humanidad: es un fénix, una criatura inmortal que renace de sus...