Capítulo 7. Esos ojos verdes inconfundibles.

185 9 17
                                    

Me armé de valor y la llamé.

-Hola Ari- le dije con muchísimo miedo.

-Hola Britt, ¿Te encuentras mejor?

-Ari, necesito contarte algo... - se me cayó una lágrima.

-¿Pasa algo malo? Dime, cuéntame Britt.

-Es que... Verás... - dije sintiéndome mal. Se me partía el corazón pensar lo que podía ocurrir.

-Dime, venga.

-¿Aún sigue en pie el ir a tu casa a cenar pizza mientras vemos alguna película de Harry Potter?- Me acobardé. Creí que estaba preparada para decírselo. No era así, todo lo contrario.

-Por supuesto mi fiel amiga. Sabía que no te podrías resistir ni estando mala. A las diez y media, ¿Vale? - le cambió la voz y pasó a soltar una risilla.

-Está bien. -le contesté.

Colgué y me senté en la cama.

-No lo has hecho mal, Britt. No estabas preparada para decírselo.- me dije intentando autoconvencerme.

Eran las ocho, así que aún tenía tiempo de un baño relajante y un poco de lectura.

Llené la bañera, apagué el móvil, cogí el libro de Ciudades de papel y un lápiz y empecé a leer, otra vez, desde el principio.

Siempre que leía cogía un lápiz, y subrayaba las frases que me gustaban, que me llamaban la atención. También lo hacía cuándo salían grupos, cantantes, músicos o alguna canción, porqué luego me gusta escucharlas y encontrar alguna canción o cantante bueno.

Me paré en la página 149, exactamente en la cuarta línea.

"Quizá era rara, o quizá los raros éramos los demás"

Me paré a pensar, un largo rato, en esa frase. Decía tanto. La subrayé enseguida. Se me grabó en la mente enseguida. Había encontrado muchas frases que me gustaran en este libro, y en muchos más, pero como esa, ninguna. Tantas veces me han llamado rara y las mismas veces me lo había creído, las mismas veces no sabía que responder. Esa frase cambió mi forma de pensar, yo no soy la rara, son ellos, ellos son los raros.

Estaba muy relajada, no quería dejar de leer ese magnífico y maravilloso libro. La verdad es que no tenía ganas de ir con Ari, me sentiría triste y amargada, pero no se lo conté, así que no podía decirle que no, me sabía muy mal no asistir. Entonces salí de la ducha, dejé en el escritorio esa obra maestra y el lápiz y fui a vestirme.

-Mamá, papá, hoy no ceno aquí, he quedado con Ari en su casa para comer pizza y ver una película -dije bajando las escaleras lentamente y con cuidado.

-Hemos preparado espaguetis a la carbonara, tus preferidos, ¿Seguro que no quieres quedarte?- dijo mi padre poniendo mesa.

Me hubiera encantado quedarme, pero decirle otra vez a Ari que no iba a ir sería un poco imbécil por mi parte, así que negué con la cabeza.

-Me voy, ya llegaré. -dije dispuesta a salir por la puerta.

-No no no, te llevo yo -dijo mi padre cogiendo las llaves del coche- La casa de Ari está muy lejos para ir tu sola.

-Venga ya papá. No está lejos, esta a unas cuantas calles de aquí.

-Britt, ya sabes cómo estás. El médico te dijo que nada de esfuerzos porque puede...- se paró y miró al suelo.- Venga te llevo.

-No.- dije cabreada. Estaba lo bastante cerca, a unos setecientos metros de mi casa, podía ir perfectamente caminando. Me cabrean.- puedo ir, cómo siempre.

-Lo digo por tu bien, enserio.

- Ya estamos. Cuándo aún no sabíais que tenía una acumulación mierdosa de putas células cancerígenas en el pulmón me dejabais ir caminando y yo iba perfectamente. Lo único que quiero que hagáis es comportaros normal conmigo, y que cada vez que hable con vosotros no salga este tema de conversación y cada vez que me recuerde, como ya he dicho, a que tengo una acumulación mierdosa de putas células cancerígenas en el pulmón. ¿Lo entendéis?- dije explotando. Me quedé sin respiración después de esto, aunque creo que una persona sin cáncer de pulmón diciendo esto también se hubiera quedado sin aliento.

-¡Britt! ¡No hables así a tu padre!- dijo mi madre entrando en el salón con voz de disgusto.

-Déjalo cariño. ¿Entonces te llevo o no?- dijo él intentando tranquilizar la situación.

Negué con la cabeza, cogí las llaves y el móvil y me fui de ahí.

Por el camino estaba todo el rato pensando en toda esa conversación, en mi situación y en darme cuenta, otra vez, de porqué se comportaban así.

Me hacen sentir impotente. Me hacen sentir cómo si, por tener cáncer, no pudiera hacer nada. Puedo hacer cosas, no hace falta que las hagan ellos por mi.

Cuando caminaba, a paso lento, y sólo quedaban unos cincuenta metros, unas dos calles para llegar, estaba agotada, pese a mi lento recorrido, empecé a sentirme mal. Me ardía el pecho, sentía como si toneladas de mármol se apoyaran en mi torso y se dejaban caer. Me senté enseguida en un banco que había en frente de mi y empecé a respirar muy fuertemente.

Lágrimas y dolor se juntan otra vez en mi.

Me quedé ahí unos cinco minutos hasta que un joven salió de la casa más cercana y me vio. Llamó a una ambulancia y se quedó conmigo hasta que vino.

Ahí no lo vi bien, tenía una imagen muy borrosa de él. Sólo pude distinguir unos ojos grandes y verdes que me miraban fijamente, mientras él me tenía agarrada en brazos y su boca con labios carnosos y rojizos se movían mientras liberaban una voz un tanto preocupada, pero a la vez dulce.
-Va, tranquila, aguanta. La ambulancia ya está aquí.

Esos ojos verdes inconfundibles, me sonaban muchísimo, como si ya los hubiera visto antes. Espera, no podía creerlo, ¿era él?

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 01, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Cuando todo acabe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora