Capítulo 1: Esa fiesta que nos dejó muy locos.

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La vida de un metalero no es fácil. Una persona normal no soportaría consumir los litros de alcohol que nos bebemos al día, más la gran dosis de cocaína, meterse al mosh pit y regresar a casa como si nada. Repitiendo el mismo proceso al día siguiente, sin importar la resaca que va a querer aniquilarte.

Esta fiesta... creo que fue la mejor o peor de mi vida.

Ah, disculpen mi falta de cortesía: me llamo Lars Ulrich, tengo treinta años y me mudé hace tiempo desde Dinamarca para vivir la vida loca que llevo ahora. Todo va muy bien, tengo un trabajo de medio tiempo de lunes a viernes, vivo independiente de mis padres y con la compañía de mi novio Kirk Hammett. Sí, soy un chico y tengo novio. ¿Algún problema con ello?

No tenemos miedo a demostrar afecto de forma pública, no tenemos miedo de allá afuera como nos piensan en abuchear los homofóbicos. Somos una pareja estable y nos gusta divertirnos juntos.

Siempre recordaré esta fiesta porque fue la que desató un derrumbe tremendo en mi romance con él.

Esa fiesta... ¿cómo la describo? Fue extrema. Era apenas una discoteca pequeña y cutre, paupérrima en todo sentido miserable de la palabra. Estaba lleno de metaleros, claro está, era un evento para sólo gente de esa escena.

Si digo que vivo la vida loca, es porque después del trabajo que sustenta mi existencia, irse de parranda y tener sexo desenfrenado con mi novio es lo usual.

Regresando al tema de la fiesta del demonio esa. ¿Qué más puedo decir? Se caracterizaba por dos cosas: los que moshean y los que se emborrachan a morir. Claro, también estaban los que hacían los dos al mismo tiempo.

Pero, existía un pequeño grupo de personas que... aburridas de experimentar toda la noche la misma mierda, iba por cosas más fuertes. Los que se iban a aspirar e inyectarse sustancias nocivas en un rincón de la discoteca. Aquel rincón inundado por el humo de los porros de marihuana adulterada que ni podías ver bien.

Sí, en ese minoritario grupo estábamos mi novio y yo. Amábamos la cocaína y eso nadie nos lo podía negar. Aunque, no crean. No somos drogadictos o al menos, no hemos desarrollado la conducta de dependencia a esa sustancia. Sólo lo hacemos por diversión en una fiesta para mantenernos despiertos sin caer borrachos y muertos al suelo.

En esta fiesta... uff, nos divertimos mucho. Aunque siempre es el mismo proceso; aspirar, atragantarse, reír, entrar en pánico -al comenzar a tener efectos de esa droga-, gritar asustados, entrar en un estado similar al de la paranoia, relajarse, alucinar con cosas estúpidas, continuar gritando mientras corremos por todo el local estando tomados de la mano. Besarnos apasionadamente enfrente de las demás personas sin miedo a nada.

Sí, eso siempre pasaba. O habían ciertas modificaciones.

Lo que sí era cierto, era que a los metaleros no les gusta para nada ver muestras de afecto homosexual en público y menos en sus lugares favoritos como lo son estos eventos tan cutres underground en discotecas baratas.

Habían pasado un par de horas y al menos en mi, los efectos más tóxicos a corto plazo de la droga estaban casi erradicados de mi organismo o al menos eso aparentaba yo. En el caso de mi novio no tanto, parecía aumentar. No obstante, no quise prestarle mucha atención a eso ya que también se le agrega el hecho de que consumimos bastante alcohol, lo que afecta mucho en nuestras actitudes.

Volviendo al tema de que a los metaleros no les gusta ver nuestras muestras de afecto públicas... no me sorprendía para nada si acabábamos metidos en una riña. De hecho, esta fiesta no fue la excepción. ¿Hubo conflictos? Sí. ¿Escurrió la sangre? Gracias a dios, no. ¿Lo malo? Es que por causar problemas en la discoteca, los guardias acabaron echándonos del lugar.

Infected mind and skin (Metallica, KLARS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora