Un poco de contexto y una mente prodigiosa.

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Antes que nada, el contexto es mío, y la mente prodigiosa es la de Mario Sabán.

Seguía reflexionando sobre el concepto de "cómo amarse a una misma."

Cuando perdí el trabajo estando recién endeudada (hace ya unos meses), me sentí como si estuviera en una especie de "stand by" vital. No sabía cuánto tiempo podría mantenerme en ese limbo laboral, pero de momento, hacía malabares con mis finanzas porque, en ese momento, el tiempo era lo más importante. Y se necesita mucho tiempo para intentar dar un giro de 360º.

Las tuercas que sostenían mi vida empezaban a aflojarse, pero yo tenía cosas más importantes de las que preocuparme: escribir, investigar.

Era como una libertad condicional otorgada por el cosmos, que me permitía el lujo de entrar en fases de "hiperfocalización" durante semanas. Esto me llevaba a explorar cómo el cuerpo puede alcanzar estados de subsistencia casi sobrehumanos. Podía estar 30 o 48 horas sin dormir, o dejar de comer durante días, y aún así, me sobraba energía.

En esas noches infinitas, una podía tratar de encontrar el sueño, pero incluso el techo blanco parecía invitarme a explorar los límites de lo que una mente es capaz de hacer. Ya fuera escribiendo, meditando o resolviendo enigmas matemáticos, estas eran las únicas formas de pasar el tiempo que podía tolerar.

El proceso creativo era en sí mismo una experiencia mística. La energía se canalizaba de tal manera que era fácil perder la noción del tiempo. Pero sabía que, si se me olvidaba comer, sólo podía continuar porque mi alma se estaba nutriendo desde otro lugar.

Lógicamente, sigo siendo humana, y hay ciclos de inspiración que uno debe aprender a interrumpir por cuestiones obvias de salud. De lo contrario, las migrañas no tardan en aparecer, y entonces lo único que una desea es meter la cabeza en el congelador. Literalmente, sentía cómo mi cerebro se inflaba.

Y no considero nada de esto ni una virtud ni un trastorno. A mi modo de ver, es una condición humana, estados que los monjes tibetanos ya han demostrado que son, por lo menos, "alcanzables". Para mí, estas son prácticas que deben reservarse para espacios y momentos concretos, donde uno puede retirarse conscientemente, sin dejar de considerar cómo esto interfiere con otros núcleos de la vida. Tal como sugiere el ajedrez, y como bien explica Mario Sabán, todas las piezas están conectadas, formando una única jugada en todo momento.

A mi entender, la clave está en aprender a manejar los tiempos; en uno, el sentido de la vida que trasciende el límite de la mortalidad. Del mismo modo que seguimos amando después de la muerte, entendemos que una parte de nosotros es eterna, en un marco espiritual. En el otro, comprendemos que, para que la eternidad tenga sentido, debe haber un límite temporal para la experiencia. Como sugiere Sabán, la muerte es una forma de darle vida a la vida.

Pero para alternar correctamente y dominar esos estados de consciencia: Kabbalah.

Por ponerme en un contexto más personal; El árbol de la vida (un icono de la mística hebrea), fue un símbolo que me llegó hace mucho tiempo atrás.

A los trece años, tuve la oportunidad de conocer el bullying desde la perspectiva del acosado. El resultado fue que terminé desescolarizada a esa corta edad. El equilibrio del sistema escolar se mantenía mejor dejando a uno fuera, en lugar de a los trece restantes.

Por supuesto, transité los protocolos sociales habituales en estos casos, es decir, un terapeuta tenía que decidir cuándo estaba lista para volver a las clases. He de decir que fue el mejor trance de mi vida. Ya no tenía que hacer pellas, podía perder el día entero leyendo o grabando CDs, y escribiendo, obvio.

Piezas Sin RompecabezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora