Iban a ser las mejores colonias de todo el ciclo escolar. Las colonias de sexto, las últimas antes de enfrentarnos al instituto, no eran cualquier cosa. Eran "las" colonias, el evento que llevábamos años esperando, y lo que no podía faltar era que fueran inolvidables.
Mis padres, especialmente mi madre, ya estaban un poco preocupados, y con razón. En las colonias anteriores yo había acabado de urgencias en el hospital. Pero, para sorpresa de todos, no fue una de mis locuras lo que me llevó allí, sino un simple mosquito que decidió rasgarme el ojo.
Tuve que llevar un parche el resto del viaje, y claro, siendo las "vacaciones en el mar", imaginaos el cachondeito. Todo el mundo disfrutando de actividades acuáticas, montando en barco, y yo con mi parche, en plan pirata. He de decir que me lo tomé con humor.
Después de aquel incidente, pensé que nada peor podría pasarme. Pero claro, estábamos hablando de mí, y no iba a defraudarme a mí misma.
Esta vez, cuando llegamos a las colonias, nos encontramos ante una gigantesca masía que se extendía por dos fincas inmensas, con algunas escuadras repartidas por aquí y allá, e incluso un molino que se alzaba a lo lejos. Era como una super aldea, un lugar que parecía sacado de otro tiempo. Cuando bajamos del autocar, nuestros ojos sulfuraban emoción. Había animales por todas partes: vacas, gallinas, cerdos, caballos... y por supuesto, mis queridos perros, que correteaban como si fueran los dueños del lugar. Para nosotros, esto era como entrar en un mundo nuevo, lleno de aventuras por descubrir.
La masía había transformado la aldea en un auténtico "mini pueblo", una recreación tan detallada que parecía sacada de un cuento. Cada rincón del lugar tenía un propósito específico, todo diseñado para enseñarnos a vivir en comunidad. Estaba la granja, una panadería con un horno siempre a punto, un restaurante que servía comidas y cenas, y hasta una oficina de administración pública. Teníamos policía local, y hasta reporteros para rodar el noticiario de la noche.
La idea era que cada uno de nosotros asumiera un oficio dentro de esa pequeña sociedad. Teníamos hasta encargados de control que gestionaban los fichajes de entrada, asegurándose de que todos estuviéramos al tanto de nuestras tareas. Había pagadores de nóminas, y si, nos descontaban los impuestos como si fuéramos auténticos trabajadores. Estaba tan bien montado, que hasta los camareros seguían turnos distintos para estar disponible durante los servicios de comidas. Todo estaba tan bien planificado y ejecutado que se sentía increíblemente real.
El primer día comenzó con mucha expectación. Después de un desayuno servido por los monitores — un gesto de bienvenida especial — nos dirigimos a hacer cola para recibir nuestra profesión. Todo se manejaba por azar, así que había una mezcla de nervios y emoción en el aire.
Mientras algunos salían con sonrisas de triunfo tras recibir puestos atractivos, otros no podían ocultar su descontento. Se escucharon quejas y hasta algún que otro grito frustrado; un par de papeles fueron arrugados y lanzados al suelo en señal de derrota. El drama del momento creaban una atmósfera de tensión.
Finalmente llegó mi turno. Me hicieron el "DNI" y me entregaron mi primer trabajo: *Limpiar el corral y cambiar la paja de las gallinas.* A decir verdad, no era el trabajo que había imaginado para mí. Mi sonrisa se torció al leer la papeleta, y me retiré de la cola con una mezcla de sorpresa y desilusión.
Miré hacia el corral, donde los cerdos se revolcaban alegremente en sus propios escrementos, y me dije: "Esto será divertido, seguro." Me obligué a convencerme de que el trabajo podía tener su encanto. Con una actitud resuelta, me dirigí hacia el corral, lista para enfrentar felizmente lo que parecía ser un día de "mierda".
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Piezas Sin Rompecabeza
RandomMi mente es un puzle multiforme; a veces me sobran piezas, a veces me faltan, algunas se han perdido y otras las voy encontrando. En mi propio caos, he aprendido que cada fragmento tiene su valor, aunque a menudo no encaja en el lugar que esperábamo...