Las sincronicidades han estado presentes en mi vida, creo, desde siempre.
Cuando estaba inmersa en la escritura, me molestaba hasta la necesidad de ir al baño. No quería que nada, ni nadie, interrumpiera ese momento. Bloqueaba las notificaciones de la realidad presente y me sumergía en una dimensión paralela. (Adiós, mundo cruel. Hola, país de las maravillas).
Hace un tiempo, estaba enfrascada en una novela de ciencia ficción, y la vida me demostró que "no había tanta ficción". Cualquiera que sea un poco observador se dará cuenta de eso.
La inspiración vino porque estaba en una de esas rachas de sueños vívidos y revitalizantes. Me encontraba en escenarios oníricos de lo más variados: a veces, en camerinos de un backstage, hablando con gente y apoyando algún tipo de movimiento de dimensiones estratosféricas; otras veces, soñaba que conversaba con referentes de mi mundo real, como un simpático Andreu Buenafuente o su mujer, Silvia Abril. En general, personas que admiraba o me inspiraban. Era tan divertido y motivador que pasaba el día deseando que llegara la hora de dormir.
Algo curioso ocurrió en esos sueños. En mis conversaciones con figuras de toda índole, épocas e incluso culturas extranjeras, las narrativas comenzaban a seguir un hilo en algún momento de la fantasía. Un hilo en el que repasaba temas complejos, especialmente en torno a los números y cómo "estos" me ofrecían información y guía en el mundo real.
Después de esas noches, me sentía renovada, despertaba pletórica y comenzaba el día con energías frescas. Literalmente, estaba fascinada con mi propia "psique astral". Era como si mi inconsciente trabajara para autosanarse durante las "pernoctas". Solo necesitaba trasladar todo ese flipe matutino al papel. Me abstraía mientras removía la cucharita del café, y ahí fue donde surgió el primer chispazo.
Recuerdo que la novela trataba sobre una historia futurista en la que los humanos se habían convertido en los dioses de un mundo creado por inteligencias artificiales. En ese futuro, unos ordenadores cuánticos conectados a un gigantesco sistema toroidal proporcionaban energía libre al planeta. La única manera de mantener aquel monstruo tecnológico en funcionamiento era utilizando inteligencias artificiales como personajes que simulaban la vida de los "seres vivos" en un mundo virtual. De algún modo, sus emociones "artificiales" producían altos voltajes eléctricos que alimentaban a los servidores, y estos, con la ayuda de condensadores, canalizaban esos picos para mantener la inercia y el flujo de una energía cíclica e infinita. Un artilugio que solo un Tesla reencarnado podría haber imaginado.
En resumen, las inteligencias artificiales actuaban como avatares dentro de un videojuego. En el mundo real, las personas tenían sus perfiles en la matriz, y esa matriz alimentaba todo el sistema que mantenía en funcionamiento un mundo con una tecnología tan avanzada que, hoy por hoy, la humanidad ni siquiera puede imaginar.
Era trabajo de cada persona orientar a sus personajes para que alcanzaran las mejores experiencias posibles, ya que eran las emociones positivas, con su alta vibración, las que retroalimentaban significativamente el circuito. En otras palabras, asegurar la prosperidad de la matriz era asegurar la nuestra.
En ese futuro hipotético, la historia se narraba a través de una joven que trabajaba en una corporación como una especie de funcionaria cosmogónica de la matriz. Había manejado algunos de los mejores avatares en la última versión del sistema, y su vasto conocimiento sobre el software, gracias a su veteranía, le permitía crear personajes con precisión. Cada vez que diseñaba un nuevo avatar, sabía exactamente cómo programar experiencias que desbloquearan virtudes ya adquiridas en partidas anteriores, permitiéndole seguir expandiéndose más en cada vida.
En el mundo de nuestra protagonista, las empresas funcionaban como comunidades, donde cada organización se encargaba de sostener distintos ámbitos socioculturales de la matriz. En particular, ella trabajaba en un departamento creativo relacionado con el mundo de las artes y tenía, como todos, sus misiones concretas en el plan global de la simulación.
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Piezas Sin Rompecabeza
RandomMi mente es un puzle multiforme; a veces me sobran piezas, a veces me faltan, algunas se han perdido y otras las voy encontrando. En mi propio caos, he aprendido que cada fragmento tiene su valor, aunque a menudo no encaja en el lugar que esperábamo...