Derek

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Sea cual sea el concepto que hayas cogido de mi tras leer lo que he estado escribiendo estos días, deshazte de él. Cualquier prejuicio o idea, cualquier cosa que creas saber sobre cómo soy o por qué me comporto como lo hago, olvídalos. Quédate solo con esto: no soy una pobre víctima ni una buena persona. Sé que Val os enseñó mi expediente policial. Créeme, lo que hayas leído ahí es solo la punta del icerbeg.

No sé cómo empezar a contarte esta parte. He tachado, doblado y tirado cuatro páginas, y no sé si ésta correrá la misma suerte. Creo que lo mejor es hacer un paréntesis antes de seguir.

Voy a retroceder a la primera vez que entré en chirona. Fue con diecisiete, correccional de San Quentin, con otros dos colegas compartiendo condena. Fueron solo seis meses y en un nivel bajo de restricción, con lo cual en verdad no se me hizo tan duro como esperaba. Aprendí que sobrevivir en la cárcel es fácil si sabes moverte, no meterte en líos y te acercas a la gente correcta. Más tarde, pasé por Stockton con una cadena de seis meses, prácticamente un resort comparado con un correccional. Para entonces la trena se había convertido en otra parte más de mi vida.

Cuando conoces a la gente de dentro de la cárcel y te conocen fuera, estás protegido. Si no es por tu propia banda, es por las bandas amigas o aliadas, y si no, es por los tratos que tengas con el personal de guardia. Nadie sobrevive mucho tiempo solo en la cárcel, es cuestión de tiempo que acabes con un punzón en el costado o violado en un pasillo mientras los guardias miran a un lado y se guardan el soborno de turno en los bolsillos. Yo tuve la suerte de compartir condena con miembros de mi círculo la mayoría de las veces. No me malinterpretes: la cárcel siempre es una mierda, pero de ese modo era soportable. Y, a veces, incluso un buen negocio.

A mis veintisiete años, yo era líder de una banda. Nuestra sede principal estaba cerca de San Francisco. Nos llamaban "los Vértebras", y estábamos enrolados con el cárter mexicano de Nuevo México. Hace dos años sufrimos una redada de la DEA y las cosas no salieron muy bien. Para resumirlo: me la jugaron en una entrega y pagué los platos rotos. Lo bueno de haber ahorrado mucho dinero, es que pude obtener una buena defensa y me llevé una condena corta: cinco años con revisión y posibilidad de reducción.

Sin embargo, tuve que pagar cárcel en Nuevo México, donde sí estaba solo y cagado de miedo. No conocía a nadie dentro y tenía muchos enemigos fuera. Cuando pasa eso, es difícil hacer amistades entre los barrotes. Nadie quiere enfrentarse a la ira de tus adversarios si éstos se enteran de que confraternizan contigo.

Mientras me llevaban en el furgón, vestido de naranja y encadenado de pies y manos recuerdo pensar que, en cuanto pasara la primera reja, no me quedaría mucho tiempo de vida. Sabía que miembros de las bandas rivales iban a estar encerrados conmigo, en el mismo patio, el mismo comedor, usando los mismos baños, las mismas duchas... Y no me equivoqué. No pasó ni una semana antes de que uno de ellos intentara atravesarme el pulmón izquierdo con un lápiz afilado en el patio. Tuve suerte de verlo venir y evitar la parte más grave del golpe. Nos enzarzamos violentamente, tuvieron que separarnos entre varios y darnos de porrazos para reducirnos. A él lo llevaron a aislamiento y a mi a la enfermería.

Y fue ahí donde empezó todo.

* * *

La enfermera se llamaba Dorothy Samwell, pero todos la llamaban Doro, como la cantante heavy. Irónicamente a ella no le iba nada el metal, era mas de jazz. Era rubia, muy guapa, y siempre llevaba unas gafas de pasta muy gruesas que le quedaban fatal. Solía usar maquillaje suave y siempre olía a dama de noche. Solía ir con su bata blanca de médica y los guantes de látex con los que trataba a los presos.

Nadie comprendía cómo demonios acabó Doro allí. Era lista, amable y buena persona. Mucho más tarde me enteré de que le hicieron una perrada en el hospital en el que trabajaba y por eso se marchó allí. Muy gorda tuvo que ser la putada para preferir estar tratando presos peligrosos, sacando objetos punzantes de órganos y cosas innombrables metidas por el culo en unas condiciones bastante precarias. También me enteré de que se había criado en el Bronx, así que supongo que estaba curada de espanto. Pero, igualmente, me parecía valiente. No era fácil dedicarse a eso, y menos siendo una mujer en una cárcel llena de hombres peligrosos.

In Chains: Tras las RejasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora