Derek

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Al cuarto día de confinamiento en aquella celda, yo ya no sabía distinguir la realidad del sueño. Las migrañas eran tan intensas que apenas escuchaba mis propios gritos. En algún punto de mi agonía, me desmayé.

Desperté en la enfermería, aunque me costó reconocerla. Me habían puesto un gotero conectado a mi brazo por una vía y esposado la otra mano a la camilla. Estaba desnudo, tapado por la sábana, con un colocón del quince. Aún sentía el hambre retorciéndose en mis tripas pero, al menos, la sed se había calmado. Al abrir los ojos seguía viendo doble, así que cuando aquella mano me ofreció el primer vaso de agua en dos días, no me paré a preguntarme de quién era.

—Es usted obstinado, señor Alighiero.

La voz de Cross casi me hizo escupir el agua de golpe. Y ojalá lo hubiera hecho. Por desgracia sólo me atraganté y tosí un poco. La convulsión hizo que se me dolieran todos los golpes de los que, hasta ahora, mi cuerpo apenas había sido consciente. Dejé caer el vaso en las sábanas y derramé el agua sobre el colchón.

Ahí estaba él, sentado a los pies de la camilla, con las manos cruzadas sobre su bastón y su mirada bicolor fija en mi, acompañada de una taimada sonrisa. Tuve la sensación de que mi disgusto le complacía.

—No se altere tanto. Larry no nos acompañará hoy.

—Hijo de... ¡Agh! —El dolor de mis heridas logró quebrarme la voz, tan áspera y reseca como mis labios.

—Tranquilícese. —Usó el bastón para apoyarlo en mi hombro y empujarme hacia atrás, intentando tumbarme. Le pegué un manotazo al bastón inmediatamente, apartándolo con un gruñido rabioso. Me miró con tono amenazador durante unos segundos, antes de seguir hablando con voz neutra—: En realidad quería felicitarle. No todo el mundo demuestra las agallas que tiene usted en una situación límite. La mayoría acaba bebiendo su propia orina y suplicando por agua en las primeras treinta y dos horas. Aunque —agregó, moviendo ahora el bastón para alzarme la barbilla con él—; le confieso que de haberse rendido me hubiera sentido decepcionado. Usted tiene algo especial, ¿me equivoco?

Aparté la barbilla con desprecio. De no haber sido por el dolor hubiera cogido impulso para escupirle de nuevo en la cara. Apreté los labios y le fulminé en silencio.

—Sé bien qué clase de persona es usted —agregó.

—Tú no me conoces de nada.

—Al contrario: le conozco mejor de lo que cree. Usted es la clase de persona que moriría por un secreto. O mas bien, por el honor que conlleva guardarlo. Es del tipo que nunca rompe una promesa ni jura en balde.

—¡Tsk! —Se me escapó una sonrisa irónica.

—Hace falta ser confiable para llegar a ser el líder de algo, ¿no cree?

—No soy el líder de nada.

—Señor Alighiero, deje de jugar a hacerse el tonto. Los dos sabemos que usted era el líder de los Vértebras. Sólo hay que ver el tatuaje de su espalda.

—Mírame el culo, soplapollas.

Él torció una sonrisa en sus labios con tranquilidad. Logró engañarme completamente, a pesar de que era obvio que esa sonrisa no traía nada bueno. Le pegó un tirón a la sábana de la camilla, dejándome desnudo. Acto seguido me agarró de improviso por el brazo libre, casi arrancándome la vía, y tiró de mi para darme la vuelta, retorciéndome la muñeca tras la espalda.

—¡Argh! ¿¿Qué coño crees que hac-?

Me interrumpí cuando noté su mano sobre mi espalda, recorriendo la tinta de espina dorsal. Me retorcí, intentando resistirme, pero cuatro días sin comer me habían dejado demasiado débil como para librarme de su agarre. Para más inri, colocó su odioso bastón contra mi nuca e hizo presión, hundiendo mi cara contra la almohada.

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⏰ Última actualización: 8 hours ago ⏰

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In Chains: Tras las RejasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora