La tarde estaba envuelta en un cielo gris y amenazante. Las nubes oscuras se amontonaban, y el viento comenzaba a soplar con fuerza. Aylín, una niña de 5 años, estaba en la sala de su casa jugando tranquilamente con sus naves y sus amigos como le gustaba llamarle a sus Aliens que sus abuelos le habían regalado en su cumpleaños cuando escuchó a Luna, su única amiga, sollozar en la esquina del sofá.
Luna, una niña que siempre había sido su compañera de juegos y aventuras, estaba asustada por la tormenta que se avecinaba.
El primer trueno resonó en el cielo, profundo y estremecedor, haciendo que Luna se encogiera aún más en su rincón.
Aylín, sensible a los ruidos fuertes, sintió el impacto del trueno, pero no le afectó de la misma manera que a su amiga. Observó a Luna con sus grandes ojos llenos de preocupación.
Aylín no era una niña que solía abrazar a los demás. Los abrazos, a menudo, eran demasiada estimulación para ella. Pero al ver a Luna tan asustada, algo en su interior se movió.
-Lentamente, se levantó de su lugar y caminó hacia su amiga.Con movimientos torpes, se sentó junto a Luna y, contra su propia naturaleza extendió los brazos y la rodeó con ellos.-
Luna, sorprendida al principio, se dejó envolver por ese abrazo cálido y protector. El temblor de su cuerpo disminuyó poco a poco.
—No tengas miedo, Luna. Estoy aquí —murmuró Aylín con una voz suave pero firme.
Mientras Aylín y Luna compartían ese momento, Sam, una de las madres de Aylín, observaba desde la puerta. Una pequeña punzada de celos se apoderó de ella. Aylín rara vez dejaba que alguien la abrazara, y cuando lo hacía, era solo con Sam, en momentos muy especiales, y siempre bajo los términos de Aylín. Pero ver a su hija siendo cariñosa con Luna la hizo sentir un poco desplazada. Sam frunció el ceño, cruzando los brazos, intentando disimular sus sentimientos.
Mon, la otra madre de Aylín, se dio cuenta de la reacción de Sam y se acercó a ella con una sonrisa juguetona.
—Sam, tranquila. Recuerda que Luna es nuestra futura nuera —dijo Mon, apoyando una mano en el hombro de Sam—. Sabía que esto pasaría, los aliens no pueden estar lejos de la Luna.
Sam soltó una pequeña risa, relajándose un poco. Sabía que Mon tenía razón, y ver a Aylín tan protectora con Luna le hacía sentir algo nuevo: orgullo. Se inclinó hacia Mon y murmuró:
—No puedo evitar sentirme un poco celosa. Apenas deja que yo la abrace, y ahora… mírala.
Mon le dio un suave apretón en el brazo y un beso en la mejilla.
—Es porque la quiere. Y eso es hermoso.
Mientras tanto, Luna levantó la vista hacia Aylín, sus ojos aún brillantes por las lágrimas, pero ahora con una suave sonrisa.
—Gracias, Aylín. Eres la mejor amiga del mundo —dijo Luna, apoyando su cabeza en el hombro de Aylín.
Aylín, sintiendo una calidez en su pecho que no podía describir, miró a Luna y, con una seriedad infantil pero sincera, respondió:
—Yo te quiero mucho, Luna. Cuando seamos muy mayores, vamos a estar juntas. Te prometo que siempre voy a protegerte de los rayos en las tormentas.
Luna sonrió ampliamente y, con un rubor en las mejillas, se inclinó y depositó un beso rápido en la mejilla de Aylín.
—¡Lo prometo también, estaremos juntas!—respondió Luna, con la emoción chispeando en sus ojos.
Los años pasaron, y ese simple gesto y promesa se convirtieron en un anhelo profundo que ambas niñas llevaron en sus corazones hasta la adultez.
El día de la boda de Aylín y Luna llegó, un día lleno de sol y risas. Aylín, vestida de blanco, estaba parada junto a Luna en el altar, sus manos entrelazadas. Recordaban con cariño aquel momento de su infancia, la tormenta que las unió aún más, y la promesa que se hicieron.
—¿Recuerdas cuando prometimos esto? —susurró Luna, con una sonrisa suave.
—Sí, lo recuerdo. Nunca olvidé esa promesa —respondió Aylín, apretando suavemente la mano de Luna.
Entre los invitados, Sam y Mon observaban la ceremonia con lágrimas de felicidad en los ojos. Mon, sin poder evitar bromear, se inclinó hacia Sam y le susurró al oído:
—Sabía que estarían juntas. Los aliens no pueden estar lejos de la Luna.
Sam rió entre lágrimas, asintiendo.
—Siempre tuviste razón —respondió, llena de orgullo y amor por su hija.
Aylín y Luna, rodeadas por el amor de sus familias y amigos, sellaron su promesa con un beso en los labios, sabiendo que, desde aquel día lluvioso en su infancia, sus corazones habían estado destinados a estar juntos para siempre.