En el patio de la secundaria S-TAR, Aylín estaba sentada con sus amigos, como siempre, inmersa en sus pensamientos mientras el grupo conversaba sobre el último proyecto de ciencia. Aunque Aylín prefería mantener cierta distancia física, escuchaba atentamente cuando uno de sus amigos mencionó algo que la hizo tensarse al instante.—Oye, ¿ya supiste que Luna está resfriada? —comentó uno de sus compañeros, sin darle mucha importancia.
Aylín levantó la mirada al escuchar el nombre de su novia. La preocupación la invadió de inmediato. ¿Luna, resfriada? No podía dejar de pensar en ello. ¿Quién la estaba cuidando? ¿La estaban mimando? ¿Le estaban haciendo la sopa como a ella le gustaba?
—¿Y quién la está cuidando? —preguntó Aylín, tratando de sonar tranquila, aunque su tono denotaba la angustia que sentía por dentro.
—No sé, supongo que alguien en su casa —respondió otro, encogiéndose de hombros.
Aylín trató de respirar profundamente, pero la inquietud seguía creciendo dentro de ella. No era que no quisiera cuidar de Luna; más bien, el contacto físico y estar tan cerca de alguien cuando estaban enfermos la ponía nerviosa. Su mente estaba llena de preguntas sobre cómo manejar esa situación sin sentirse abrumada.
Justo en ese momento, escuchó una voz familiar que la hizo sentir un pinchazo inesperado en el pecho.
—Yo puedo cuidarla si quieres, Aylín —dijo su hermana Wan con una sonrisa ligera y despreocupada mientras se acercaba al grupo. Su tono era juguetón, pero las palabras atravesaron a Aylín como si fueran definitivas.
El estómago de Aylín se revolvió. Algo dentro de ella se encendió. ¿Wan cuidando a Luna? No, eso no podía ser. Nadie más que ella sabía cómo cuidar a su Manut P'. Nadie la conocía como ella.
—No... —murmuró Aylín, y luego, más fuerte—. No. Yo lo haré. Solo yo puedo cuidarla.
Wan levantó las cejas, sorprendida por la reacción de su hermana, pero luego sonrió con satisfacción.
Cuando Aylín llegó a casa de Luna, el corazón le latía con fuerza. No le gustaba estar en situaciones donde el contacto físico fuera inevitable, pero esta vez era diferente. Luna la necesitaba, y aunque le costara, Aylín haría todo lo posible para cuidarla. Se detuvo frente a la puerta, respirando hondo antes de tocar.
La madre de Luna, quien la había recibido, le sonrió amablemente. —Gracias por venir, Aylín. Luna ha estado preguntando por ti —dijo, señalando el pasillo que llevaba a la habitación de Luna.
Aylín asintió con una leve sonrisa nerviosa y caminó hacia la habitación de su novia. Al abrir la puerta, la encontró acostada en su cama, envuelta en varias mantas, con las mejillas sonrojadas por la fiebre y el cabello desordenado. Luna abrió los ojos lentamente al escucharla entrar.
—Aylin… —susurró Luna con una sonrisa débil.
Aylín se acercó a ella, y aunque la ansiedad por el contacto físico seguía presente, se sentó en el borde de la cama. Sintió una presión en su pecho al verla tan frágil, pero trató de mantenerse tranquila.
—Estoy aquí para cuidarte —dijo Aylín, aunque sus palabras no sonaban tan seguras como le habría gustado.
Aylín se quedó en silencio por un momento, observando cómo el cuerpo de Luna se movía suavemente con cada respiración. Luego se levantó y fue a la cocina para prepararle la sopa que a Luna tanto le gustaba. Mientras removía el caldo, intentaba calmar su mente, recordándose que estaba haciendo esto por la persona más importante en su vida. Cuando regresó con la sopa, la colocó sobre la mesita de noche.
—Tienes que comer algo —le dijo a Luna mientras la ayudaba a sentarse.
Aylín nunca había estado tan cerca de Luna durante tanto tiempo de forma tan física. Cuando Luna intentó tomar la cuchara con una mano temblorosa, Aylín lo notó y, aunque le costaba, se sentó a su lado y tomó la cuchara con delicadeza.
—Yo te ayudo —dijo en voz baja, inclinándose un poco.
Luna la miró, sorprendida por el gesto. Aylín le dio la primera cucharada, sintiendo un nudo en el estómago mientras la proximidad entre ellas se volvía más evidente. Los dedos de Aylín rozaron los de Luna cuando tomó la taza, y aunque el toque le resultó extraño, no se apartó. Poco a poco, fue sintiendo que la incomodidad inicial disminuía, reemplazada por una calidez reconfortante.
Tras la sopa, Aylín notó que Luna temblaba, probablemente por la fiebre. En un impulso, que ella misma no comprendía del todo, estiró la mano y suavemente colocó su palma sobre la frente de Luna para medir su temperatura. Su piel se sentía cálida, pero no era solo por la fiebre. Luna cerró los ojos ante el gesto, relajándose más bajo el toque inesperado de Aylín.
—Tienes fiebre… —murmuró Aylín, y luego, sin pensar demasiado, tomó una de las mantas que había caído al suelo y la volvió a cubrir con cuidado. Lentamente, se inclinó para arreglar los bordes de la manta, y esta vez, no evitó el contacto. Se permitió un leve roce en la mejilla de Luna mientras acomodaba el cabello que cubría su cara.
Luna abrió los ojos lentamente y sonrió, algo más consciente. —Nunca pensé que dejarías que alguien te tocara así —dijo con voz ronca pero juguetona.
Aylín se sonrojó, pero no apartó la mano que aún sostenía la manta junto a Luna. —Solo lo hago porque eres tú —respondió con sinceridad, aunque bajó la mirada al sentir su propio nerviosismo.
Más tarde, Luna volvió a dormirse, y Aylín, cansada pero decidida a quedarse, se acomodó en una silla junto a la cama. Estiró la mano para sostener ligeramente la de Luna, dejando que sus dedos se entrelazaran de forma tenue. Aunque no era fan del contacto físico, ese pequeño gesto le parecía ahora necesario. Luna siempre había sido su ancla, la persona que la hacía sentir segura y amada sin forzarla a nada.
Cuando Luna despertó brevemente en la madrugada, vio a Aylín allí, sosteniéndola de la mano. Sonrió débilmente y murmuró:
—Eres la mejor cuidadora del universo, Aylin.
Aylín sonrió, dejando que una ola de ternura recorriera su cuerpo. No era fácil, pero cuidarla había valido la pena. Con delicadeza, se inclinó y besó suavemente la frente de Luna. Fue un gesto pequeño, pero en ese momento significaba todo.
Cuando Luna se durmió de nuevo, Aylín se quedó allí, observándola. Nadie más podía cuidar de su Luna como ella, y aunque le costara, lo haría una y otra vez.
Más tarde, cuando Aylín regresó a la escuela al día siguiente, sus amigos la recibieron con preguntas sobre cómo había ido todo. Dawan, siempre la bromista del grupo, se unió a la conversación y reveló, entre risas:
—En realidad, yo solo dije que cuidaría a Luna para que Aylín se decidiera. Sabía que no podría soportar que alguien más lo hiciera.