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Lo primero que siento es un fuerte dolor de cabeza. Tengo que cerrar los ojos inmediatamente después de abrirlos para intentar controlar las punzadas que me acuchillan las sienes.

¿En dónde estoy?

Trago y mi garganta lo resiente. Empiezo a sentir cómo poco a poco mi cuerpo entero despierta. Mis pies, mis piernas, mi pecho que sube y baja al ritmo de mi respiración corta.

Tengo un brazo enyesado. No tengo la suficiente claridad mental para saber si es el derecho o el izquierdo, pero lo cierto es que no importa. Ya me estoy levantando de la cama de hospital y sacándome todos los cables que tengo conectados.

Avanzo con torpeza por los pasillos. Parece ser de noche, porque no hay casi movimiento en el lugar. Un escritorio central con enfermeras —o doctoras, no tengo idea— mantienen la luz encendida mientras tienen la cabeza metida en papeles, susurrando entre ellas para no despertar a los pacientes. No sé si no me ven por descuido o me he vuelto invisible, pero camino con la vista borrosa y me asomo en cuanta puerta encuentro.

Y llego a él.

Cierro la puerta detrás de mí. Traumatología es grande, pero yo podría encontrarlo en China si tuviera que hacerlo. En la oscuridad de su habitación asignada, la única iluminación es la procede de la ventana y de las máquinas de ruidos extraños.

Sí es de noche y la luna se alimenta de las luces de la ciudad. El rostro de un hombre que yace en una cama de hospital se retrata entre sombras y me permite apreciar sus detalles a medida que, tambaleante, me acerco.

Tiene la cara llena de golpes. Su cabeza está vendada y su cuello se encierra en un collarín. También tiene una pierna enyesada por completo, y sospecho que las vendas en uno de sus brazos también esconde heridas a mis ojos.

Ahogo un sollozo y voy a él.

No sé si tocarlo es lo que debería hacer, pero lo hago de todas maneras. Cojo su mano, la que no está vendada —con mi mano que no está enyesada— y me la llevo a los labios. También quiero besarle la frente, pero la venda la tapa por completo. Un lado de su cara está completamente morada, así que beso la otra mejilla. El inclinarme sobre su cuerpo causa una punzada de dolor en el mío.

Entonces sus pestañas se agitan y trago grueso.

—H...Harriet—susurra con voz rota.

—Harry—lloro sin contemplación.

—Shh—vuelve a cerrar los ojos. Vuelve a abrirlos. Lo repite varias veces.

Lo puedo sentir despertando, como yo. Poco a poco, va ganando conciencia sobre el estado en que está su cuerpo y el lugar en donde está. Como si estuviera viéndome por primera vez, sus ojos desprenden terror.

—¿Harriet? ¿Qué..?

—Estás bien, estás bien—intento calmarlo, poniendo una mano en su pecho. Dudo que tenga efecto, teniendo en cuenta de que lloro como una magdalena, pero lo sigo repitiendo—: Estás bien.

Él cubre mi mano con la suya y la sostiene sobre su corazón.

—¿En dónde estamos?

—Un hospital. No tengo idea. Creo que un auto nos chocó.

Aprieta su agarre en mí. Con desespero pregunta—: ¿Estás bien?

Asiento con la cabeza repetidas veces, aunque el gesto me envía punzadas de dolor por todas partes. Siento como si el cráneo se me estuviera quebrando detrás de los ojos, y mi cuerpo no está mucho peor.

—Tu brazo...—señala, viendo mi cabestrillo—...Estás herida.

—Estoy bien—miento—. Estamos bien.

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⏰ Última actualización: Aug 28 ⏰

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