*CAPÍTULO 1*

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**Ella:** ¿Por qué lo hiciste?

**Él:** Porque ella era lo más importante para mí y gracias a ti no la tengo a mi lado. Ella era el candado que mantenía mi maldad encerrada y ustedes lo han roto. Con tu sangre, al igual que con la sangre de todos los que participaron, ahogaré mis penas.

**Ella:** Matarme no va a regresarla.

**Él:** Pero me queda la satisfacción de que la escoria que guió a esos mal nacidos hacia mi conejita ya no está.

**Ella:** ¡Pero, por favor! He hecho tantas cosas por ti y siempre he estado para ti. ¿Nunca has visto eso? Por nuestros tiempos... Perdóname la vida.

**Él:** Tú y yo nunca tuvimos buenos tiempos, eso fue fantasía tuya. ¡Morirás igual que el resto!

**5 años antes...**

Empecé a bajar las escaleras que llevaban a ese oscuro lugar donde tantas torturas se habían llevado a cabo. Solo quería ver si el encargo había sido tan exitoso como me había dicho Alexis. Al momento que llegué quedé impactado al ver a la joven que tenían atada. Había observado a la hija de Marcos Baroni muchas veces en ese café que tanto frecuentaba como para saber que no era ella.

Mi mirada fría analizó su cuerpo sin cuidado alguno y de inmediato mis ojos se giraron hacia Alexis.

-¿Qué demonios hiciste?

-Mi señor, hice lo que me ordenó.

-No te dije que trajeras a una puta testigo a mi mansión, esta no es la chica que te dije. ¿Acaso no prestaste atención a mis instrucciones? -dije con la voz cruda y fría que me caracterizaba.

-Señor, pero ella era la chica que estaba en la silla 3 del café que está frente a la plaza. Estaba sola, justo como nos dijo.

-Alexis, sabes que no tengo paciencia. Te estoy diciendo que no es la hija de Marcos.

-Mi señor, ¿qué hacemos? ¿La matamos de una vez por todas?

Miré a la chica que estaba frente a mí y noté sus ojos desesperados y aguados al escuchar nuestra conversación tan fría como si ella no estuviera ahí.

-Maldita sea, Alexis, no te tengo como mi hombre de confianza para que cometas estas estupideces y tenga que acabar con vidas innecesarias.

-Mi señor, le prometo que voy a arreglar esto y...

-¡Cállate la puta boca y lárgate de mi vista!

Alexis hizo una mirada a los dos tipos que siempre lo acompañaban y salieron tras él.

Me puse de cuclillas frente a la chica y le moví el trapo sucio que Alexis decidió utilizar para amordazarla. Me quedé observando sus labios en cuanto se descubrieron. Se notaban resecos y con un pequeño corte en el labio inferior que no dudé ni un segundo que se lo provocaron los imbéciles al tratarla con tal brusquedad. Pero lo que más llamó mi atención fue el color carmesí tan intenso que tenían y lo que resaltaba más en el labio inferior. Tal color, por un momento, me hizo olvidar de dónde estaba y qué hacía.

-¿Qué tanto me miras, maldito enfermo?

Su voz me sacó del delirio que tuve por un instante y pensé en lo estúpido que debí verme al quedarme hipnotizado mirándola como un estúpido.

-Con que la conejita es ruda, ¿eh?

-¿Qué hago aquí? ¿Quiénes son ustedes?

-Hsss... -Puse mis dedos en sus labios mientras le ordenaba que callara. En el fondo moría de curiosidad por tocarlos; sentí cómo temblaban. Luego, posicioné mi mano en su mentón y levanté su cara bruscamente.

-Eres una conejita muy terca.

Su pelo se veía de un negro brillante y en unos rizos cortos que caían en sus hombros y en su frente. El color avellana de sus ojos iba tan a juego con el canela claro de su piel. Quería aparentar ser ruda, pero su mirada y sus labios temblorosos hablaban por sí solos.

-¿Qué hacías en ese café?

-¿Acaso tenía la entrada prohibida o qué?

-Niña, no tengo mucha paciencia y te aconsejo no tentar contra ella. No estoy acostumbrado a soportar contradicciones.

-Solo quería despejar mi mente, no le he hecho daño a nadie ni mucho menos me metí con esos tipos.

Pasé la mano por mi cara en forma de buscar alivio. No quería matar a nadie que no estuviera involucrado en estas cosas y, aunque anteriormente había acabado con vidas por cuidar la mafia, algo dentro de mí no me dejaba tomar esa decisión con esta chica. Me puse de pie, la miré por un último segundo y le arranqué la mordaza por completo. Me giré y antes de salir de tal lugar le dije:

-Aquí eso no hace falta. Ni aunque grites con toda la desesperación te van a escuchar.

-Señor, por favor, déjeme salir. ¡Nadie sabrá que esto pasó, lo juro!

POR ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora