El sol apenas comenzaba a despuntar sobre los minaretes de Estambul cuando Solimán se dirigió al salón del trono. Los ecos de la noche anterior todavía lo perseguían; el sueño que lo había sacudido le recordaba las sombras de traiciones pasadas, de decisiones que podrían desmoronar todo lo que había construido. Con la partida de Rüstem Pasha, la estabilidad del imperio pendía de un hilo, y la elección del nuevo Gran Visir no podía esperar más.
Solimán se sentó en su trono, el peso de la corona sobre su cabeza sintiéndose más pesado que nunca. Los consejeros comenzaron a llegar, susurrando entre ellos, especulando sobre quién sería el elegido. El sultán alzó la mano, silenciando las voces antes de que pudieran articularse completamente.
—El imperio ha pasado por momentos turbulentos —comenzó Solimán, su voz resonando con la autoridad de un líder que ha gobernado con firmeza—. La lealtad y la competencia son virtudes que no pueden ser tomadas a la ligera en tiempos como estos.
Los ojos de los consejeros se centraron en él, conscientes de la gravedad del momento. Solimán se tomó un momento antes de continuar, sus pensamientos regresando a la figura de Sokollu Mehmed Pasha, un hombre conocido tanto por su habilidad en el campo de batalla como por su destreza en la administración del estado. Sokollu había demostrado una lealtad incuestionable, y su capacidad para navegar en las complejas aguas de la política otomana lo hacía el candidato natural.
—Hoy, el imperio necesita un hombre que no solo entienda la guerra, sino también la paz. Un hombre que pueda mantener la unidad dentro de nuestras fronteras y gestionar los desafíos que enfrentamos fuera de ellas —la mirada de Solimán se desplazó lentamente por la sala antes de centrarse en el hombre que, hasta ese momento, había permanecido en segundo plano—. Sokollu Mehmed Pasha, acércate.
Sokollu avanzó con calma, cada paso firme y decidido. Aunque su rostro mantenía una expresión serena, sus ojos reflejaban la consciencia del enorme peso que estaba a punto de asumir. Se arrodilló ante el sultán, inclinando la cabeza en señal de respeto.
—Sokollu Mehmed Pasha, a partir de hoy, te nombro Gran Visir del Imperio Otomano —declaró Solimán, sus palabras llenas de solemnidad—. Tus manos llevarán el destino del imperio, tus decisiones afectarán a millones. Confío en que, bajo tu guía, nuestra grandeza perdurará.
Sokollu levantó la cabeza, sus ojos encontrando los de Solimán con una mezcla de determinación y humildad.
—Es un honor, mi sultán, servir a nuestro imperio en esta capacidad. Prometo gobernar con justicia, lealtad y sabiduría, siguiendo siempre los principios que usted ha establecido —respondió con voz firme, sellando su compromiso.
Los consejeros asintieron en silencio, aceptando la elección. Sabían que Sokollu no era un hombre fácil de manipular, y su ascenso al puesto más alto del imperio significaba que el poder político de la corte estaba a punto de realinearse.
Mientras se daban las órdenes necesarias para formalizar el nombramiento, la noticia comenzó a extenderse rápidamente, viajando a través de mensajeros hacia cada rincón del imperio.
En los aposentos de Hurrem
Hürrem se encontraba en sus aposentos, disfrutando del silencio de la mañana, cuando una sirvienta entró rápidamente, inclinándose antes de hablar.
—Sultana, he traído noticias del Diván. Sokollu Mehmed Pasha ha sido nombrado Gran Visir por nuestro sultán.
Hürrem, sin mostrar sorpresa, hizo un gesto para que la sirvienta se retirara. Una vez sola, se levantó y caminó hacia la ventana, su mente trabajando rápidamente. Sokollu Mehmed Pasha no era un hombre fácil de persuadir, pero su lealtad al sultán lo convertía en una pieza valiosa en el juego que ella jugaba. Sabía que debía actuar con precisión.
—Sokollu es astuto, pero no invulnerable —murmuró Hürrem para si misma —. Debemos acercarnos a él antes de que otros lo hagan.
Su mente comenzó a tejer estrategias, sabiendo que Sokollu debía ser traído a su lado, o al menos, neutralizado para que no se convirtiera en una amenaza. Hürrem entendía que, en este juego, cada movimiento debía ser calculado con precisión.
En Manisa, el Refugio de Mustafá
La noticia del nombramiento de Sokollu Mehmed Pasha llegó a Manisa con la misma velocidad. Mustafá, que había estado revisando informes sobre la situación en sus territorios, dejó el pergamino que tenía en sus manos cuando su mensajero le trajo la noticia. Aunque ya esperaba que alguien ocupara el puesto, la elección de Sokollu tenía implicaciones profundas.
—Sokollu... —dijo en voz baja, mientras su mente procesaba la información.
Conocía bien al nuevo Gran Visir. Sabía que era un hombre inteligente y prudente, que no se dejaba llevar por la emoción, sino por la razón. Para Mustafá, esto representaba tanto una oportunidad como un desafío. Ganarse el favor de Sokollu podría ser la clave para equilibrar el poder en la corte, pero también sabía que si fallaba en esto, su posición podría volverse aún más precaria.
—Debo actuar rápido —murmuró para sí mismo—. Sokollu es crucial en esta lucha. No puedo permitir que caiga en manos de mi madre... o de Hürrem.
Así, mientras el imperio seguía adelante, ambos, Hürrem y Mustafá, sabían que el juego acababa de cambiar, y que el nuevo Gran Visir era una pieza que no podían permitirse perder. Cada movimiento, cada palabra dirigida hacia Sokollu, ahora debía ser medida con cuidado. Porque en este tablero de poder, la victoria sería para quien lograra controlar el centro.
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El sultán Prometido: Mustafá
Fiction Historique¿Y si Mustafá no moría? En el apogeo del Imperio Otomano, bajo el reinado de Solimán el Magnífico, la corte de Topkapi se convirtió en un nido de intrigas y conspiraciones, donde cada palabra y cada gesto podían ser letales. Entre los numerosos dram...