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Me encontraba en el restaurante del hotel, el cual sorprendentemente estaba casi vacío. Eran las ocho de la mañana, nuevo logro: levantarme temprano.

Mis hermanas estaban cogiendo unos panqueques, porque ahora que el chef temporal era mi padre, la comida les gustaba más, pero a mí sinceramente me daba igual, mientras fuera comida.

El partido de ayer fue interesante, me gustó bastante, sobre todo porque ganó España, mi nuevo equipo favorito. Sin embargo, había algo que no me paraba de rondar por la mente.

Le Normand. Lo busqué por Google en el restaurante que fuimos después del partido, y descubrí que se llamaba Robin Le Normand y que es francés, cosa impactante, ya que juega en la selección española. Aquello hizo sonar mi campanilla de la curiosidad, así que investigué un poco más a fondo y descubrí que era porque cuando era más joven se fue a la Real Sociedad, al parecer un equipo vasco, y entonces se hizo la doble nacionalidad. Yo no sería capaz de hacerme la doble nacionalidad, yo soy griega y punto.

En fin, que muy interesante su vida, pero la mía sigue igual, esta noche apenas duermo por culpa de los ronquidos de mis queridas hermanas. ¿Qué se le va hacer?

Al cabo de unos minutos, Pandora se dirigió hacia la mesa, Leah seguía agarrando comida para desayunar, aunque todos sabíamos que no se lo terminaría.

-¿Qué has cogido? -le pregunté alzando un poco la cabeza, a ver si podía ver que se encontraba en ese plato, pero no vi absolutamente nada.

-Los panqueques, una manzana y una cosa extraña que, según aquel cartelito, es típica de aquí. -Habló señalando hacia dónde se encontraba una pasta, también conocida como pretzel.

-Eso se llama pretzel -dije dándole un bocado al suyo.

-¿Está bueno? -escuché la voz de Leah. Se sentó delante nuestro, su plato estaba lleno de cosas: huevo frito, bacon, panqueques, pretzel y otras cosas.

-Meh... He comido cosas mejores -dije para luego tomarme mi leche con cacao. Vale, quizás tenía diecinueve a punto de veinte, pero mi personalidad se quedó estancada cuando tenía seis años.

Las tres seguimos comiendo y hablando; de vez en cuando yo iba ayudando a Leah con su "plato combinado".

Pasados unos minutos se escucharon bastantes voces masculinas a mis espaldas, pero sinceramente me dio un poco igual, así que bajé un poco mi cabeza y le pegué un enorme bocado a mi bocadillo de queso. Sin embargo, a Pandora y a Leah sí que les importaba; ambas fijaron su atención a la puerta del restaurante.

𝙍𝙀𝘿 | 𝙍𝙤𝙗𝙞𝙣 𝙇𝙚 𝙉𝙤𝙧𝙢𝙖𝙣𝙙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora