Cinco: Una Advertencia

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Vuelvo a llamar al número de David una vez más. Me contesta al cuarto tono. Lo primero que escucho es el leve sonido de la música. Estoy por hablar cuando él se me adelanta.

– Espero que esta llamada sea para decirme que vas a regresar -dice con una mezcla de esperanza y desafío.

– ¿Estás tomando? -pregunto, notando un tono extraño en su voz.

– Por tu culpa -responde con amargura.

– ¿Mi culpa? -pregunto, confundida.

– Admite que no quieres regresar por culpa de él -dice, refiriéndose a Valtor.

– David, él no tiene nada que ver en si me quedo o me voy. Ya sabes perfectamente por qué no me puedo regresar -explico, intentando aclarar la situación.

– Claro que puedes, lo que pasa es que no quieres -dice, cortando mi explicación.

– No puedo irme, un año, solo uno, amor, es todo lo que pido. Un año -le suplico.

– Esa es tu última palabra -dice, con un tono final.

– Sí -respondo, firme.

– Perfecto, Lidian. Hemos terminado -dice, con un tono cortante.

– Que tu vecino te disfrute, porque al fin y al cabo, ni siquiera estás tan buena -dice, con una pulla cruel antes de cortar la llamada.

Me quedo mirando la pantalla del celular durante unos segundos, hasta que comienzo a sentir alivio al saber que no hay nada más por lo cual preocuparme. Esto me desconcierta hasta cierto punto, ya que esperaba sentirme triste por su falta de comprensión, pero no es así. Al contrario, siento una liberación al saber que no hay nada más que me ate a donde se suponía era mi hogar.

Después de un rato, escucho un ruido en la cocina y voy corriendo. Alcanzo a mirar un gato negro frente a la ventana que me mira directo a los ojos, antes de saltar y perderse entre la oscuridad de la noche. En cuanto salta, me muevo a recoger todos los trastes que están esparcidos por el suelo.

Una vez termino, me preparo una taza de café y voy hacia la ventana de la entrada para observar la luna llena. Estoy parada durante unos minutos cuando veo cómo una pequeña llama ilumina, como cada noche, la casa de enfrente. La curiosidad por saber qué ilumina el lugar es lo suficientemente fuerte como para que, sin pensarlo dos veces, salga de mi casa y vaya directo a la de enfrente.

Una vez en el jardín, me acerco poco a poco, con miedo a que un anciano salga y me grite: "¡Fuera de mi jardín!". Pero con cada paso que doy, el miedo se transforma en adrenalina.

Estoy por subir el primer escalón de las escaleras cuando alguien me toma de la mano y me lleva hacia la carretera, lejos de la casa.

– ¿Qué te ocurre, mujer? -dice.

Una vez enfoco, me doy cuenta de que es una mujer de unos 25 años, con el cabello lacio sostenido en un moño mal hecho, vestida con unos pantalones deportivos y una playera de fútbol.

– Disculpa -digo.

– Eres nueva, ¿verdad? -pregunta.

– Sí -respondo.

– Eso imaginé. Un consejo: NO TE ACERQUES A ESA CASA. ¿Entendido? -me dice con el rostro muy serio.

Muevo la cabeza en señal de aprobación, lo cual parece satisfacerla porque me estira una mano en señal de saludo.

– Soy Rosa -se presenta.

– Mucho gusto -digo.

– Perdón si te hice sentir mal, lo que pasa es que nadie debería acercarse a esa casa, ni por error.

– ¿Por qué? -pregunto.

– Está embrujada -responde.

Miro de reojo hacia la casa, notando el pequeño detalle de que parece que nadie ha vivido ahí durante muchísimo tiempo.

– ¿De dónde sacas eso? -pregunto.

– Nadie ha podido habitarla durante años -explica.

– ¿Por qué? -pregunto curiosa.

Ella me invita a su casa, donde se pasa más de dos horas contándome la historia del porqué ahora esa casa es llamada la casa embrujada. La verdad es que no es que tenga mucho misterio, lo cual me decepciona. Me imaginaba algo más terrorífico que una simple maldición.

La Maldición Del Tesoro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora