Uno: El Último Adiós

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Desde hace unos días, todo parece transcurrir en cámara lenta. Aún no puedo creer que esté frente al ataúd de mi madre. Quisiera que todo esto fuera una broma, que ella se levantara y me dijera entre risas: “¡Caiste!”, pero es imposible.

Dejo de mirar al suelo y levanto la mirada hacia el altar que está frente a mí, posando mi atención en la cruz donde cuelga Jesús. Alguien me mueve el brazo con sutileza para sacarme de mis pensamientos.
Lidian, alguien me llama suavemente.

Amor, ya es hora – dice el chico de hermosos ojos grises, ofreciéndome su mano y mirándome con preocupación.

¿Estás bien? – pregunta.

Sin decir nada, pongo mi mano sobre la suya. Los pies me pesan, pero al mismo tiempo los siento como un par de popotes que en cualquier momento podrían doblarse. Trato de caminar derecha, como a mi madre le hubiera gustado, pero me es difícil mantenerme en pie. Si no fuera porque tengo un montón de gente alrededor, mucha de ella desconocida, ahora mismo estaría llorando en el suelo.

Mis tíos, incluyendo al abogado de la familia, rodean el ataúd de mi madre para trasladarlo hacia el cementerio de la comunidad. El sacerdote comienza a cantar mientras avanza hacia la salida. Mi familia, con mucho cuidado, levanta el cuerpo de mi madre y comienza a seguir al padre. Después, avanza la banda, al igual que lo hacemos todos los que estamos dentro.
Salimos de la iglesia y caminamos por la carretera hasta llegar al inicio de una estrecha vereda que recorremos hasta llegar al lugar donde mi madre descansará. Me quedo en la orilla de ese enorme hueco lleno de tierra mientras bajan con mucho cuidado a mi mamá.

Miro alrededor y noto cómo personas que nunca se dignaron a llamar a mi madre ahora se hacen los sufridos. Personas que la abandonaron dan hipócritamente sus condolencias y murmuran un “te extraño” o “siempre te extrañaremos”, cuando nunca estuvieron al lado de ella cuando más lo necesitaba.
Cuando el ataúd ya está completamente en el fondo, mis tíos se ponen a mi alrededor.

– Lidian, ¿quieres ser la primera en dar el adiós? – pregunta uno de mis tíos con cautela.

– No, hazlo tú – respondo.

Él no responde, simplemente se agacha y toma un puño de tierra, murmura algo entre dientes y después estira la mano y afloja el agarre. Es así como el primer golpe de tierra mojada pega contra la madera, para después seguirle uno tras otro.

Cuando uno de los últimos arroja más tierra hacia el fondo, despego la vista de mi madre y miro alrededor nuevamente. Solo quedamos unas cuantas personas, la mayoría ya se han retirado. Suspiro con cansancio y me pongo de rodillas para tomar un gran puño de tierra con mis manos.

– Te voy a extrañar, mamá – digo, y después arrojo la tierra, que se mezcla con la demás que yace en el fondo.

Mi tío me ofrece una rosa blanca que tomo con una mano, deposito un dulce beso entre los pétalos y la arrojo. A la par que mis tíos, con la ayuda de los cuidadores del cementerio, comienzan a cubrir de tierra a mi madre.

Una vez finalizada la sepultura, salimos de aquel lugar. Mis tíos se dirigen al lugar donde serán los rezos, pero yo me voy directo a mi casa.

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Cuando llego a la casa donde pasé los últimos seis años de mi vida junto a mi madre, se me retuerce el corazón. Me duele pensar que ya no podrá recibirme con un abrazo cálido como solía hacerlo cuando llegaba de la escuela llorando. Me duele saber que ya no podrá gritarme, ya no podrá estar a mi lado.

Me duele imaginar todo lo que podríamos haber compartido y que ahora no será posible. Ella no podrá verme graduarme con excelencia del instituto, no será ella quien me recoge después de un concierto, no será ella quien me diga que quiere ver nietos. El dolor es abrumador al pensar en todas las cosas que me hará falta sin ella.

Y sin embargo, aquí estoy, sumida en mis pensamientos, imaginándome las miles de situaciones en las que ella no estará conmigo para regañarme, felicitarme o simplemente observarme. Las lágrimas me empañan la vista mientras subo al segundo piso y entro a la recámara de mi madre, un lugar que ahora parece vacío y silencioso sin su presencia.

La Maldición Del Tesoro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora