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Gabriella

Me pasé toda la noche vomitando. No sé si por el vino (posiblemente caducado) que me había dado Valeria, o por los nervios de la comida del día siguiente. Casarse era una estupidez, pero casarse con un Verilli era... un suicidio.

Pensaba que con que papà hubiese dejado que mamma se fuese, ya era una advertencia de que nos quería poco a Dante y a mí, pero comprometerme con un hombre así, y encima su enemigo, resaltaba el poco amor que me profesaba. Eso o es que sus negocios se iban a pique.

Desde mi portátil introduje las claves del banco. ¿Y todo el dinero? ¿Qué ocurría? Me metí en su carpeta de seguridad con todos los documentos que él no sabía que tenía y lo encontré. Encontré como los últimos transportes de droga habían sido paralizados e incautados, perdiendo una gran cantidad de dinero. Por eso necesitaba a los Verilli; necesitaba sus barcos y su poder en la costa para hacer llegar la droga.

La rabia se apoderó de mí. "Vendía" a su hija a cambio de unos putos barcos en los que llevar su porquería de droga.

- Gabri sal ya por favor, tu prometido está a punto de llegar – gritó mi hermano mientras aporreaba la puerta de mi habitación.

- Ya voy figa – le grité mientras me ponía las sandalias de cuña y abría la puerta.

Dante se quedó boquiabierto. A decir verdad, cuando me miré en el espejo me pasó igual. No solía llevar vestidos tan elegantes, pero esa parecía ser la ocasión. Valeria había escogido por mí un largo vestido blanco, con una abertura al lado derecho, donde se veía mi esbelta pierna y el inicio de un tatuaje en la cadera. El escote era cuadrado, con una pequeña caída, y toda la espalda al aire, con unas pequeñas cuerdas que hacía que el vestido se ciñese a mi cuerpo.

- Wow hermanita, vas a dejar al capo boquiabierto.

- Ojalá abra tanto la boca que le entre el cañón de mi pistola, así acabaría antes la comida – dije entre dientes.

Dante y yo nos reímos. Aunque a veces le odiase más que a papà, no podría haber tenido un mejor hermano pequeño.

Sentada a la mesa toda la familia, esperamos unos quince minutos, cuando de repente la puerta principal se abrió de golpe. Desde la terraza no se veía bien quien había entrado, pero por las voces graves me lo podía imaginar. Un sudor frio recorrió mi espalda.

Ante mí, se encontraba un hombre de unos 27 años, demasiado joven para ser el capo y don de la familia Verrilli. Mi respiración se entrecortó, su aspecto pulcro, con el traje a medida me pilló desprevenida. Sus ojos azules como una noche estrellada se posaron en mí; su pelo castaño peinado hacia atrás y su precipitante barba no me dejaron indiferente.

- Encantado, mio caro – una sonrisa pícara surgió de sus labios mientras me cogía la mano y me daba un suave beso en el dorso – Mi nombre es Marco Verilli, tu futuro marito.

- Gabriella Lionetti – fue lo único que me salió de los labios.

Él y otros dos hombres trajeados se sentaron a la mesa y la comida empezó. No probé tan siquiera bocado. Tener a mi padre y a aquel hombre desconocido hablando de negocios en la mesa hacía que mi estómago se cerrase. Mi boca estuvo sellada todo el rato hasta que mi hermano tuvo la gran idea de hablar:

- ¿Cuándo es tu próximo entrenamiento?

- El viernes – respondí sin mirarle.

- Genial, te irá a buscar el primo Dino, yo no puedo – me sonrió amablemente.

Cuando daba el tema por zanjado, una voz masculina tremendamente envolvente habló:

- ¿Entrenamiento de qué?

- De boxeo, Gabri es una excelente luchadora – respondió Dante por mí, viendo que mis labios se encontraban sellados.

El don no pareció muy convencido, y mi padre asesinó a mi hermano con la mirada, sin embargo, la conversación quedó ahí.

Después de la incómoda comida me escabullí con la excusa de ir al baño. En realidad, salí a una parte trasera donde no había cámaras, para así poder fumar. No podía con la tensión. Aquel hombre no me había dirigido la palabra, y se suponía que nos íbamos a casar en un mes.

Cuando estaba dando la segunda calada, noté una grande presencia detrás de mí:

- Creía que las señoritas no fumaban – dijo Marco mientras sacaba él su propio cigarro.

- Puede que yo no lo sea – contesté mientras me acercaba y le encendía el cigarrillo con mi mechero.

No me tocó, pero su mirada inquisitiva sobre mi cara me puso nerviosa. No sabía dónde meterme, parecía que me estaba analizando, intentando ver a través de mí, detrás de mi coraza, pero yo lo tenía claro: no dejaría que aquel hombre destruyese lo que llevaba años construyendo con mi esfuerzo, no dejaría que me viese realmente.

Junto al enemigo | Viickyyyyyyy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora