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Marco

Desde que la vi en aquella comida, con esos labios pintados de rojo no podía parar de pensar en cómo sería besarla, agarrarla de la cara o incluso del pelo mientras lo hacía. Ahora lo estaba experimentando, y era la mejor sensación que había sentido desde hacía mucho.

No podía parar, no podía separar mis labios de los suyos. En algún momento, me puso la mano en el pecho y me empujó ligeramente. Quería que me apartase. Lo hice, mirándola a los ojos.

Era la primera vez que la tocaba de esa manera, había sido muy rápido e intenso. En sus ojos vi duda, y los míos debían reflejan lo mismo, porque se acercó a mi oído y me susurró:

- Solo necesitaba respirar un poco.

Mis labios comenzaron a curvarse en una sonrisa. Ella no dejó que terminase de sonreír, porque comenzó a besarme de la misma manera ardiente que hacía unos minutos. Cuando pensaba que aquello no podía ir mejor, vi cómo se levantaba del sofá y se sentaba a horcajadas encima de mí.

Sentí como me agarraba el pelo y pasaba sus manos por toda mi cara. Mis manos no paraban quietas, la palpé de arriba hacia abajo, dejándolas por último en sus nalgas. Comenzó a moverse al ritmo que marcaban mis manos, mientras no paraba de besarme.

Me había acostado con muchas mujeres, pero ninguna había conseguido que me sintiese en aquel estado, como embriagado. El mundo a nuestro alrededor parecía haberse detenido, cada pensamiento que había tenido respecto a la muerte de mi hermano se había desvanecido, dejando solo su respiración entrecortada.

Dejé un rastro de besos desde su boca hasta su cuello, para luego volver a profundizar en sus labios. Gabriella cerró los ojos, entregándose por completo al momento, mientras sus dedos no paraban de deslizarse por mi nuca, acercándome más a ella.

De repente, el sonido agudo e insistente de un móvil rompió la burbuja en la que nos encontrábamos. Gabriella se tensó, sus labios quedándose quietos por un instante. Nos miramos, mi respiración era pesada, y llenaba el silencio que había dejado el molesto móvil.

Cuando pensábamos que podríamos seguir, el teléfono volvió a sonar. Mis manos no se apartaron de su cintura:

- Joder, cógele – dije mientras ella se inclinaba hacia un lado, alcanzando el móvil de la mesita, sin moverse de encima mío.

Supe que era grave cuando al descolgar la llamada su respiración se cortó. Algo había pasado, y seguramente nada bueno. Todo lo que parecía que habíamos sentido antes, la pasión, el deseo... se desvaneció en su rostro, dando paso a una mirada de preocupación y miedo.

La miré, notando el cambio instantáneo en su expresión. Cuando colgó, tenía la mirada perdida. La acuné las mejillas con ambas manos, hasta que en un susurró logró hablar:

- Era mi primo Dino – hizo una pausa para mirarme a los ojos – Mi hermano está en el hospital.

Junto al enemigo | Viickyyyyyyy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora