𝟬𝟬. 𝟬𝟮 - 𝙲𝙰𝙻𝙻𝙴 𝙳𝙴 𝙻𝙰 𝚂𝙴𝙳𝙰

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     Un suave gruñido abandonó la boca de Daenys cuando los primeros rayos de sol empezaron a filtrarse por las opacas telas de las cortinas de las ventanas de sus aposentos

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Un suave gruñido abandonó la boca de Daenys cuando los primeros rayos de sol empezaron a filtrarse por las opacas telas de las cortinas de las ventanas de sus aposentos. Hundiendo su pálido rostro en la mullida almohada, la joven princesa sintió un pulsante dolor en ambas de sus sienes; haciéndola casi querer gimotear.

Sin embargo, se obligó a sí misma a desprenderse de la calidez de las suaves sábanas, posando sus pies desnudos sobre el frío suelo; sintiendo un escalofrío trepar por su nuca mientras se frotaba sus violáceos ojos y su pelo platino se encontraba hecho una maraña de nudos que las doncellas se molestarían en peinar con cariño.

Los eventos de todos aquellos días anteriores se arremolinaron en su mente, ahora mirando a través de la ventana; dónde ya podía escuchar los primeros cuervos graznar, quizás llevando mensajes de felicitaciones por la futura boda que se llevaría a cabo entre la princesa Daenys y Aenor, uno de los dos hijos de Corwyn Velaryon. Pero todo en la mente de la muchacha no era más que un calidoscopio de imágenes y sonidos sin sentido. Incluso las palabras de Baelon cuando le dijo a su hija su destino estaban distorsionadas.

Todo opacado por el opresor sentimiento que había nacido en su corazón. Sentimiento que, arraigado en su pecho, le recordaba antes de dormir y cada día al despertar el beso que había tenido con su hermano mayor durante la fiesta del matrimonio de Viserys.

—Por los siete infiernos. —se lamentó la muchacha, apretando tan fuerte sus dientes que sus muelas llegaron a doler.

Si pasaba la punta de su lengua por su labio inferior, podía jurar que aún sentía los labios de Daemon contra los suyos. La urgencia de aquel chico al devorar su boca en forma de beso; el frenesí con el que sus lenguas habían batallado cómo si estuvieran en una batalla campal. Los dientes de Daemon, tirando suavemente de la carnosa carne de su labio inferior, dejando la imperceptible marca de sus colmillos ahí.

No sabía qué espíritu la había poseído aquella noche. Daenys le echó la culpa al alcohol, pero bien sabía ella que aquel vino sólo había dado rienda suelta a sus más primarios deseos. Entre los Targaryen era una costumbre y algo común el esposarse con algún familiar; incluso entre hermanos. Sus propios padres fueron hermanos. Y quizás, Daenys de niña, tuvo la pequeña esperanza de que Baelon les casara a ella y a Daemon porque, en su hermano, veía todo aquello que ella consideraba seguro.

𝗔𝗟𝗔𝗦 𝗦𝗔𝗡𝗚𝗥𝗜𝗘𝗡𝗧𝗔𝗦,     daemon targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora