𝟬𝟬. 𝟬𝟯 - 𝙼𝙰𝚁𝙲𝙰𝙳𝙴𝚁𝙸𝚅𝙰

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     Si alguna vez los hijos de Baelon Targaryen, apodado el Valeroso, pensaron que podrían engañarle o simplemente hacer algo tras sus espaldas, estuvieron equivocados

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Si alguna vez los hijos de Baelon Targaryen, apodado el Valeroso, pensaron que podrían engañarle o simplemente hacer algo tras sus espaldas, estuvieron equivocados.

El rey les había dado libertad a sus tres hijos, no lo negaba. Quería que sus vástagos fueran igual de libres que dragones surcando los cielos, pero claramente, no debían de hacer nada que pusieran en duda la reputación de la noble casa Targaryen o su propio honor.

Y eso justamente es lo que acababa de pasar.

Las noticias de lo sucedido en la Calle de la Seda habían llegado hasta Baelon antes incluso de que sus dos hijos cruzaran nuevamente por los pasadizos secretos de la fortaleza roja. Un informante había hecho llegar las noticias, haciendo que el rey se desvelara mientras se paseaba con pasos casi ansiosos por los angostos y rocosos pasillos.

Por supuesto que él sabía de la relación tan fuerte que había entre Daenys y Daemon; latente, como un huevo de dragón a punto de eclosionar. Pero pensó, en su propia ingenuidad, que su hijo varón respetaría a su ahora prometida hermana con Aenor Velaryon. Obviamente, se equivocó. Y, una parte de él, se culpó por no haber puesto medidas y porque conocía lo suficiente a Daemon como para saber que él haría todo lo posible para no dejar ir a Daenys.

Sus propios hijos, su honor, su orgullo, retozando en un sucio burdel. Fornicando. Daemon le había arrebatado la inocencia a Daenys; la mujer que traería una unión entre la casa Velaryon y Targaryen. Baelon rezaba a los dioses, antiguos y nuevos, en silencio porque aquella noticia se quedara como un rumor en las calles de Desembarco del Rey y que no trascendieran hasta Marcaderiva.

Baelon entró a los aposentos de Daemon en cuánto su fino oído captó el chirriar de una puerta; y enseguida sus violáceos ojos captaron la figura de su hijo mediano, quitándose la capa que había usado para ocultar su identidad. Padre e hijo cruzaron miradas durante unos instantes en los que nadie dijo nada, mas la tensión fue creciendo hasta tal punto que el alcohol que había en las venas de Daemon se esfumó y le dejó sobrio.

—¿Alguien os ha reconocido por las calles? —preguntó Baelon, estando parado en mitad de los aposentos, ojeando a su hijo con un ojo crítico que difería mucho de su propio carácter.

𝗔𝗟𝗔𝗦 𝗦𝗔𝗡𝗚𝗥𝗜𝗘𝗡𝗧𝗔𝗦,     daemon targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora