5.Las colinas de Woodland (Parte 2)

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Violet avanzaba a tientas entre la oscuridad del bosque, donde la luna apenas lograba filtrar su luz a través del denso follaje. No había pasado demasiado tiempo desde que había huido desesperada de las colinas, con el rostro de Víctor aún fresco en su memoria. Quizás una media hora, o algo más, en la que no había parado de correr, intentando escapar sin rumbo de la locura por la que se estaba viendo arrastrada.

A medida que se adentraba más y más en el corazón del bosque, una sensación creciente de desorientación y agotamiento se apoderaba de ella. Sus piernas temblaban de cansancio, su garganta estaba seca y su mente se nublaba con pensamientos cada vez más caóticos.

Cada vez que cerraba los ojos, veía fragmentos de recuerdos confusos. Necesitaba deshacerse de esas visiones antes de que fuese demasiado tarde y tomase la determinación más radical de todas.

El crujido de la hojarasca seca era el único sonido que se dejaba oír en el bosque. Un silencio perturbador reinaba, acallando el ruido de los insectos o el ulular de algún que otro búho.

Mientras su respiración se estabilizaba, empezó a asimilar lo que acababa de hacer. Había huido en medio de un encuentro con Víctor, semi desnuda y sin teléfono, hacia un lugar desconocido. Para cualquiera, eso habría sido motivo de pánico, pero para Violet, era el menor de sus problemas en aquel momento.

Se arrepintió de haberlo dejado allí, de esa forma, pero un impulso incontrolable la empujó a apartárselo de encima, de hacer que se alejase. Su mente coqueteaba con la idea de quedarse en el bosque, de sumergirse en alguno de los lagos y no volver a salir nunca más, pero se sentía mal por sus padres. ¿Cuan profundo sería el dolor de recibir la noticia de que su hija ha sido hallada muerta? Lo único que, tristemente, en esos momentos la detenía.

Las visiones, el acoso por redes sociales, sentirse observada, perseguida, atormentada. Todo lo que había provocado que Violet prefiriese dejar de vivir así.

En medio de la confusión mental, empezó a notar algo más cuando, derrotada, se había recostado sobre el suelo en posición fetal sin siquiera darse cuenta. Una sensación extraña en el aire como un filtro que cambiaba el color del ambiente a un tono más apagado y nebuloso.

El sonido de unas voces manteniendo una conversación la alertaron. Había alguien y quizás podían ayudarla. En el fondo sintió una leve sensación de alivio que no iba a durarle mucho tiempo.

Siguió el sonido de las voces con paso decidido, cuidando de no tropezar en los tortuosos caminos de tierra. La necesidad la empujaba a seguir adelante, aunque su cuerpo ya no pudiese más. 

Tras unos minutos al fin vio dos figuras entre los árboles. Lo que parecían una chica y un chico tratando de buscar algo en el suelo ayudados por linternas. A medida que se iba acercando podía darse cuenta de que estaban visiblemente alterados.

Desde una distancia prudencial los observó, intentando esconderse tímidamente tras la hierba y, entornando los ojos para afinar su mirada, pudo reconocer de quien se trataba la chica a pesar de la poca luz. Esa cara le era horriblemente familiar a Violet desde hacía unos días.

Rebecca.

Con su cabello rubio y su mirada intensa, que, por primera vez, Violet estaba viendo llena de vida. Vestía una chaqueta ligera y unos vaqueros desgastados, con las mejillas enrojecidas por el frío nocturno.

—¡Vamos no me jodas, por favor! ¡Estaba aquí! —dijo Rebecca escudriñando el suelo frenéticamente con la mirada. La luz de la linterna parpadeaba temblorosa sostenida por su mano.

A su lado, un joven de estatura alta mostraba una expresión de concentración que contrastaba con los aspavientos de Rebecca. Parecía como si tratase de calmarla o no le diese la misma importancia a lo que fuese que estuvieran buscando.

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