Capítulo 11

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Sofia

Observé por la ventana del taxi, dejando que mis ojos se perdieran en el paisaje que se desplegaba mientras nos acercábamos a la casa de Bruno. El recorrido estaba envuelto en una suave penumbra, iluminada solo por las luces del camino que serpenteaba a través de los árboles. Intenté, sin mucho éxito, no pensar demasiado en cómo reaccionaría Dante cuando se enterara. No quería que los nervios me dominaran otra vez, como lo habían hecho cuando salí de su oficina y durante todo el trayecto de vuelta a casa. Afortunadamente, Cami no estaba, así que tuve el tiempo y la tranquilidad para ordenar mis pensamientos y prepararme para la cena que me esperaba.

El taxi frenó suavemente, sacándome de mi ensoñación. El conductor me avisó que habíamos llegado. Le pagué y bajé del vehículo, sintiendo la brisa fresca de la noche acariciar mi rostro. El auto se alejó, dejándome frente a un imponente portón de hierro custodiado por dos guardias en una pequeña cabina de vigilancia. Avancé hacia ellos con paso firme, aunque en mi interior el corazón latía con cierta inquietud.

—¡Buenas noches! —saludé, esbozando una sonrisa amable—. Bruno me está esperando, soy Sofía.

El guardia más cercano me devolvió la sonrisa y asintió.

—Sí, señora Rossi, el señor la está esperando —respondió mientras accionaba un botón que hizo que el portón se abriera con un leve chirrido—. Espere aquí un momento, buscaré el auto para llevarla a la casa.

Lo observé girar y dirigirse hacia un pequeño cobertizo para recoger las llaves, pero antes de que pudiera continuar, levanté la mano para detenerlo.

—No hace falta —dije rápidamente—. Preferiría caminar, si no es un inconveniente.

El guardia se detuvo, evidentemente sorprendido por mi petición. Hizo una llamada rápida por radio, intercambiando unas pocas palabras que no pude escuchar con claridad. Finalmente, colgó y volvió a mirarme con una expresión relajada.

—El señor dice que no hay problema, puede ir caminando —dijo con cortesía, inclinando ligeramente la cabeza—. Señora Rossi.

Fruncí el ceño ligeramente, preguntándome por qué me había llamado "señora Rossi" por segunda vez. ¿Acaso Bruno les había dicho que nos íbamos a casar? La duda me rondó la mente, y supe que tendría que preguntárselo en cuanto lo viera.

—Gracias. Que tengan una buena noche —me despedí con una leve inclinación de cabeza y comencé a caminar por el sendero que conducía a la casa.

El camino estaba bordeado por un denso bosque. A cada paso, la serenidad del lugar me envolvía, calmando mis nervios y permitiéndome disfrutar del paseo. Tras unos minutos, llegué a la majestuosa entrada de la casa y toqué la puerta. Una mujer mayor, con el rostro amable y ojos llenos de sabiduría, me abrió.

—Buenas noches, señorita —dijo con una voz suave—. El señor la está esperando en el comedor.

Se hizo a un lado, invitándome a entrar con un gesto amable.

—Oh, muchas gracias —respondí mientras la seguía por el elegante pasillo, mis pasos resonando suavemente contra el piso de mármol.

El pasillo estaba iluminado por una serie de lámparas de pared que proyectaban una luz cálida, casi dorada, sobre los retratos y obras de arte que colgaban en las paredes. Cada paso que daba parecía resonar en el silencio solemne de la casa, como si incluso el aire estuviera esperando con expectación lo que estaba por suceder.

La mujer mayor me condujo hasta el comedor, al entrar note que, al fondo, frente a una chimenea encendida, estaba Bruno, de pie, con las manos en los bolsillos de su traje.

Dulce MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora