𝐄𝐕𝐄𝐑𝐋𝐀𝐒𝐓𝐈𝐍𝐆 | ❛La muerte se ríe de mi desgracia❜
Después de su muerte, Harry asumió el rol que le correspondía como Maestro de la Muerte. Tras vivir incontables vidas, su querido compañero decidió que Harry merecía unas vacaciones.
Sin pr...
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❝16 de marzo de 1996 15:49 pm Mansión vacacional de la familia Raun, Reino Unido❞
Harry se frotó la frente, como si al hacerlo pudiera aliviar el dolor que le atravesaba el cráneo. Estaba molesto, no, la palabra "molesto" no alcanzaba a describir la furia que le hervía en las venas. El descubrimiento de que varios de sus poderes habían sido arrancados de él, en particular aquel que le permitía viajar entre universos, lo había dejado tambaleante. Sabía que Mortis era el responsable, pero lo que ignoraba era el motivo detrás de esa traición.
Frente a él, el árbol genealógico de la Casa Raun se alzaba como un retorcido monumento a un legado que él apenas comenzaba a comprender. Al entrar en la mansión, había sentido el reconocimiento de las paredes, de las sombras, de los susurros en las grietas. Era como si la casa misma lo hubiese aceptado, reclamándolo como su nuevo lord. Sin embargo, ese reconocimiento venía con un precio: el conocimiento profundo y perturbador de cada secreto, cada historia y cada piedra en el camino de su linaje. Ser el Maestro de la Muerte no era un título vacío; implicaba una conexión casi agónica con lo que estaba oculto, con aquello que los demás temían conocer.
Mientras sus dedos rozaban las líneas que unían nombres y fechas, Harry sintió una especie de corriente oscura que lo recorría. Cada rama del árbol parecía vibrar con historias no contadas, leyendas que esperaban ser desenterradas, pero que prometían más dolor que respuestas. La Casa Raun, con ese apellido que recordaba la solidez de una roca milenaria y la frialdad de un invierno eterno, era más que una simple familia. Era una presencia arcaica, una sombra que había acechado en los fiordos noruegos durante siglos, esculpida en la oscuridad por fuerzas que escapaban a la comprensión humana.
Apenas se mencionaba a los Raun en las conversaciones, pensó Harry, al menos no en público. Eran una leyenda sussurrada con miedo, una presencia que todos preferían ignorar. Se decía que su linaje estaba tejido con hilos de un poder antiguo y aterrador, un poder que solo unos pocos podían entender, y aún menos controlar. Sus ancestros, aunque pocos sabían de ellos, habían dejado huellas imborrables en la historia, aunque esas huellas rara vez se encontraban en los libros.
Algunos eran recordados por su sabiduría, otros por su dominio sobre lo oculto, y algunos simplemente habían desaparecido sin dejar rastro, como si la propia tierra los hubiera devorado. La línea de los Raun no era una sucesión ordenada; era una maraña de caminos sinuosos, de vidas que comenzaban en lo mundano y terminaban en lo inexplicable. Había algo en la sangre de los Raun que los apartaba del resto del mundo, un fragmento de aquella oscuridad primigenia de la que procedían.
Mientras Harry observaba los nombres en el árbol, sintió el peso abrumador de la historia, el deber que conllevaba ser parte de esa estirpe. No podía evitar preguntarse sobre aquellos que lo habían precedido, sobre las vidas que habían vivido, y cómo cada una de ellas había sido una pieza en un juego mucho más vasto, un juego cuyas reglas apenas comenzaba a vislumbrar. La Casa Raun tenía sus misterios, y él estaba decidido a desenterrarlos, aunque el precio por conocer la verdad pudiera ser su propia alma.
