❛Prólogo❜

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Harry observaba el arroyo frente a él, como si fuera un tele que proyectaba una película de serenidad

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Harry observaba el arroyo frente a él, como si fuera un tele que proyectaba una película de serenidad. El agua corría entre las piedras, cantando una melodía chisporroteante mientras seguía su curso. La brisa fría le alborotó los rizos, despeinándolos con una suavidad que podría compararse a la caricia de un amante ausente.

Sus ojos se entrecerraron, no por incredulidad sino por el viento, aunque lejos de molestarse, se dejó llevar por él, como quien se deja arrastrar por una vieja canción. Sus dedos se movían de forma nerviosa, una manía suya para recordarse que, a pesar de todo, seguía en este mundo, caminando sobre la delgada línea entre la vida y la muerte, esa misma muerte que lo había rozado sin poder llevárselo.

Que aún existía.

De repente, un soplo de viento fuerte movió las copas de los árboles a su espalda, pero Harry no se molestó en voltear; sabía perfectamente quién estaba ahí.

—Cicino, ¿qué haces aquí, amore mío?

Harry mantuvo la vista en el arroyo, como si nada importara, aunque sabía que Mortis se acercaría, inevitablemente. Esbozó una leve sonrisa cuando un blazer fue colocado sobre sus hombros. A pesar de sentir la abrumadora presencia a su lado, no se movió.

Mortis siempre había tenido ese aire... después de casi sesenta y nueve años seguía igual de denso y pesado, como si llevara un campo gravitatorio propio que hacía que todo a su alrededor se doblara hacia él. Pero Harry ya había dejado atrás el miedo, ya no sentía esa atracción que lo comprimía todo, como si el mundo perdiera su forma en su presencia, quedando reducido a una sombra insignificante.

Pero ahora, en vez de frío, la muerte irradiaba un calor inesperado.

—Me encontraste... —murmuró Harry, dejando que las palabras se disolvieran en la neblina. Mortis rió suavemente mientras apartaba un mechón rebelde de la frente de Harry.

—Después de tantos años, siempre te ha gustado jugar al escondite —susurró Mortis al oído, y Harry sonrió antes de girarse para mirarlo.

—Deja de jugar, Mortis. Sabes que siempre te ha gustado jugar conmigo —respondió Harry, con un leve matiz de resentimiento en su voz—. Dime, ¿cuál es la sorpresa que me tienes?

—Siempre tan impaciente, mi león —dijo Mortis con un suspiro profundo—. Nunca me dejas consentirte como se debe.

Harry lo miró con escepticismo, chasqueando la lengua.

—Tuviste sesenta y nueve años para hacerlo. ¿Te parece poco? —se burló suavemente, pero Mortis sabía que, en el fondo, no había burla real.

—Ni aunque me dieran mil años más sentiría que es suficiente —Harry esbozó una sonrisa mientras se levantaba, incómodo como siempre ante las muestras de afecto cursi.

—Bueno, ¿cuál es el regalo entonces? —preguntó, cruzando los brazos mientras observaba las copas de los árboles. Sintió a Mortis levantarse y acercarse aún más.

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