Secretos Entre Las Sombras

El Umbral del Abismo

Los primeros rayos del sol apenas comenzaban a filtrarse por las ventanas altas de la mansión Calderón cuando Lucía despertó abruptamente, el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Había soñado con el jardín de rosas nuevamente, pero esta vez, las flores no eran solo hermosas. Estaban marchitas, y sus pétalos caían al suelo en una cascada de oscuridad. La figura sombría la había estado observando desde el centro del jardín, sus ojos brillantes perforando la neblina que envolvía el lugar.

Se sentó en la cama, tratando de calmarse, pero el miedo seguía palpitando en su mente. Sabía que no podía ignorar esos sueños; eran más que simples imágenes aleatorias en su cabeza. Había algo más, algo que intentaba comunicarle un mensaje, y cada vez que cerraba los ojos, parecía acercarse un poco más a comprenderlo.

Cuando finalmente se levantó, decidió que no podía quedarse en la habitación. Necesitaba moverse, pensar, y tal vez, buscar respuestas en los pasillos oscuros de la mansión. Se vistió rápidamente y salió en silencio, sin despertar a Claudia, quien aún dormía profundamente en la cama al lado.

Los corredores de la mansión eran silenciosos a esa hora de la mañana, solo el eco de sus pasos rompía la quietud. Lucía caminó sin un rumbo fijo, dejándose llevar por la intuición. Pasó por retratos que ya había visto la noche anterior, pero ahora, con la luz del día, parecían menos intimidantes, aunque no menos enigmáticos.

Finalmente, llegó a la biblioteca, una sala inmensa llena de estanterías repletas de libros de todos los tamaños y edades. El olor a papel viejo y cuero llenaba el aire, y las ventanas altas dejaban entrar la luz suave del amanecer, bañando todo en un tono dorado.

Lucía se acercó a una de las estanterías, pasando los dedos por los lomos de los libros. Algunos títulos eran familiares, pero la mayoría eran textos que nunca había visto antes, escritos en idiomas que no comprendía. Se detuvo en un volumen en particular, un libro grande y pesado con una cubierta de cuero desgastado. No tenía título, solo un símbolo grabado en la portada: un círculo rodeado de una serie de líneas y formas que parecían moverse si se les miraba demasiado tiempo.

"¿Qué es esto?" murmuró para sí misma, sacando el libro de la estantería. Lo abrió con cuidado, y las páginas crujieron bajo sus dedos. Estaban llenas de diagramas complejos, símbolos antiguos y anotaciones en el margen que parecían haber sido escritas con prisa. Aunque no entendía la mayoría de lo que estaba viendo, podía sentir la intensidad de lo que ese libro contenía, como si cada página estuviera impregnada de un poder que no pertenecía a este mundo.

Mientras pasaba las páginas, algo cayó al suelo con un leve ruido sordo. Era un pedazo de papel doblado, casi oculto entre las páginas del libro. Lucía lo recogió y lo desdobló con cuidado. Era un mapa, pero no uno común. Los trazos eran irregulares, como si hubieran sido hechos con una mano temblorosa, y marcaban un área subterránea que Lucía no reconoció al principio.

De repente, una voz familiar la sacó de su ensimismamiento.

"Veo que has encontrado algo interesante."

Lucía se giró rápidamente, su corazón saltando en su pecho, para encontrarse con Sebastián, quien estaba de pie en la puerta de la biblioteca, observándola con una mezcla de curiosidad y cautela.

"Lo siento, no quería asustarte," dijo él, levantando una mano en señal de paz. "Solo estaba caminando por la mansión cuando te vi entrar aquí. Este lugar... tiene una manera de atraer a las personas, ¿no crees?"

Lucía asintió, aún un poco sorprendida. "Sí, lo tiene. Estaba buscando respuestas, supongo. Algo para entender mejor todo lo que nos contaste anoche."

Sebastián se acercó lentamente, mirando el libro que Lucía había dejado abierto sobre la mesa. "Este libro perteneció a mi bisabuelo también. Era su guía en sus investigaciones sobre el convento. Pero lo que tienes en la mano..." Señaló el mapa que ella sostenía. "Eso no lo había visto antes."