En un mundo regido por fuerzas mágicas ancestrales-la Radiancia, el Barión, el Aquilón y lo Arcano-Maya, una joven siempre ajena al poder que otros daban por sentado, deja atrás un país en ruinas para llegar a la ciudad que durante años solo existió...
La Radiancia, el fuego dorado de la paz, es una de las cuatro fuerzas primordiales que rigen el universo. Un poder que permitió al Imperio Dorado Nivesh alzarse en gloria y dominar un continente entero durante más de mil años. Con la Radiancia, transformaron un desierto inhóspito en un vergel floreciente, convirtiendo la aridez en vida bajo su resplandor eterno.
Aquellos humanos bendecidos con el dominio de la Radiancia son conocidos como Arúspices, soldados y doncellas de la virtud, destinados a desterrar toda sombra de maldad en el mundo. Su propósito es traer una era de paz, guiando a la humanidad con la luz incandescente de su poder divino.
Con la Radiancia, los Arúspices pueden convocar haces de luz sagrada y descargas de fuego divino, capaces de desintegrar el mal y purgar a sus enemigos de sus pecados. Pero, así como pueden destruir, también pueden dar vida. Cierran las heridas de aquellos a quienes desean proteger y reviven los jardines arrasados por las cruentas guerras. En su esencia, los Arúspices son almas caritativas que no buscan la destrucción de sus enemigos, sino la protección de sus seres queridos. La misericordia y el perdón son las virtudes que más los definen.
La gran empatía de los Arúspices es también una de sus mayores cargas, pues cada dolor que infligen es un sufrimiento que ellos mismos experimentan. Este es el precio de usar la Radiancia: con cada acto de bondad o justicia, un calor interno comienza a crecer dentro de ellos, intensificándose con cada uso de su poder. Este calor, al principio, es apenas perceptible, pero a medida que continúan usando la Radiancia, se convierte en un dolor ardiente, una sensación tan insoportable que les obliga a detenerse. Es un constante recordatorio de su mortalidad, y de que, por más puras que sean sus intenciones, un Arúspice no puede salvar el mundo por sí solo.
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En la sala de estudio de la casa de los abuelos de Maya, la luz de la tarde se filtraba suavemente a través de las cortinas, bañando el ambiente con un resplandor cálido. La tutora de Maya, la Señora Vereth, de pie junto a una mesa repleta de antiguos tomos y pergaminos, acababa de concluir su detallada exposición sobre la Radiancia. Sus palabras, que antes parecían flotar en el aire como una cinemática mágica, ahora se asentaban en el tranquilo silencio de la habitación.
Maya, sentada frente a ella, absorbía cada palabra con atención. La explicación sobre el fuego dorado de la paz, la grandeza del Imperio Dorado Nivesh y las complejas responsabilidades de los Arúspices habían resonado profundamente en ella. Sin embargo, el contraste entre el poder deslumbrante de la Radiancia y el peso de su uso la había dejado un poco confundida.
La Señora Vereth, con una expresión de serena expectación, rompió el silencio. Su mirada estaba llena de una mezcla de paciencia y curiosidad, como si estuviera esperando no solo la reacción de Maya, sino también su comprensión profunda.
—Entonces, Maya —dijo la tutora con una voz suave pero firme—, ¿cómo te sientes después de esta lección sobre la Radiancia? ¿Has captado la esencia de lo que significa esta fuerza y sus implicaciones para quienes la dominan?