Dos meses después de aquella conversación con su tutora, Maya se encontraba en su habitación, preparándose para su primer día de escuela. Frente al espejo, sentía los nervios arremolinarse en su estómago. Su uniforme, con una camisa blanca impecable y una falda negra que caía ligeramente por encima de las rodillas, realzaba su delicada figura. Los calcetines blancos y los zapatos negros completaban el atuendo, otorgándole un aire elegante, casi solemne.
Sin embargo, lo que más capturaba su atención era el emblema del colegio, bordado con finos hilos de un color que parecía una mezcla entre plata y un gris pálido con destellos nacarados. Este color, casi iridiscente, representaba la magia de la Resonía. Era un tono que captaba la luz de una manera especial, reflejando los colores de los otros emblemas, pero sin ser ninguno de ellos. Era el color de aquellos que no pertenecían a ninguna de las cuatro grandes magias, sino una representación de la Resonía. No era un color brillante ni llamativo, pero en su sencillez, contenía una belleza discreta y misteriosa, como la magia misma de Maya.
—¿Cómo te sientes con el uniforme, cariño? —preguntó su abuela, quien estaba sentada cerca, ayudándola a arreglarse.
—Es bonito... pero me incomoda un poco —respondió Maya, esbozando una sonrisa nerviosa, más por compromiso que por verdadero entusiasmo.
Su abuela se levantó y la miró con ternura, notando cómo sus manos temblaban ligeramente mientras ajustaba la camisa.
—Sí, supongo que debe ser extraño vestirse tan elegante... Después de todo, tu padre... él siempre te vestía con ropa más... Fea, ¿no? —dijo la abuela, bajando la mirada hasta el emblema en la camisa de Maya. Lo observó por un momento, antes de añadir—: Qué diferente se ve... Nunca había visto uno así, ni siquiera sabía que existía. Qué suerte que la directora fue tan comprensiva y nos ayudó a elegir el uniforme...
Mientras acariciaba el emblema, continuó, como si hablara más para sí misma que para Maya—: El de tu madre era tan hermoso, verde, como si estuviera hecho con hilos de esmeraldas... El de tu tía y el de tus primas también. Me pregunto... ¿Qué color tendría el de tu padre?
La abuela, perdida en sus pensamientos, levantó la vista y vio la incomodidad en el rostro de Maya. Con una sonrisa, le acarició las mejillas y le dio un beso en la frente.
—Pero el tuyo también es hermoso, mi niña. Y muy especial, igual que tú.
—¿Especial? —Maya bajó la mirada, susurrando—. No sé... sé que los que son como yo, no les caemos bien a las demás personas.
—Esas son ideas antiguas, Maya. Ahora vivimos en tiempos modernos, la gente es más abierta —respondió la abuela con firmeza, tomando a su nieta por los hombros—. Mira, sé que estás nerviosa. Es normal, es tu primer día y no conoces a nadie. Pero te prometo que todo va a salir bien. Además, no estarás sola del todo. La directora fue muy amable y nos ayudó a que estuvieras en la misma clase que tu prima. Ella te echará una mano en todo.
—¿Calia? Pero... no la conozco, ¿cómo voy a reconocerla? ¿De qué le hablo?
—La reconocerás enseguida, es una chica preciosa, como tú. Tiene el cabello rizado, esponjoso y siempre lleva un moño que le queda de maravilla —dijo la abuela con una sonrisa cálida—. Y en cuanto a hablar, bueno, Calia habla por los codos. No te preocupes por eso. Estoy segura de que se llevarán muy bien y que te presentará a sus amigos.
Maya no pudo evitar sonreír ante las palabras de su abuela. Sentía que, poco a poco, sus nervios empezaban a desvanecerse.
—Ahora, vamos a desayunar. Tu abuelo ya está esperando para llevarte a la escuela —dijo la abuela, tomándola de la mano con cariño.
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Tierras Quebradas: El fulgor del Destino
FantastikEn un mundo regido por fuerzas mágicas ancestrales-la Radiancia, el Barión, el Aquilón y lo Arcano-Maya, una joven siempre ajena al poder que otros daban por sentado, deja atrás un país en ruinas para llegar a la ciudad que durante años solo existió...