Si te dejas llevar, pierdes. Eso es lo que dicen. Pero, ¿quién rayos inventó esa frase? Debió de ser una persona con pocas miras porque el principal motivo de querer hacer algo, es el deseo.
La primera persona que veo, es Eric. No reparo en nadie más porque solo tengo ojos para ese chico que domina mis pensamientos la mayor parte del tiempo. La música de fondo resuena en mis oídos, es como un eco lejano que se va deshaciendo hasta transformarse en un susurro.
Lo segundo que recoge mi vista, es su sonrisa. Una auténtica sonrisa. ¿Qué coño? Mi corazón late sin parar y siento que muero porque esa sonrisa parece estar dirigida a mí. Vuelvo la vista a sus ojos y esos iris me reciben con un brillo especial que quiero interpretar como «contentos». ¿Emocionados quizás de verme? No sé qué demonios está pasando. Esto no es lo que esperaba al venir aquí. Ni en mil años hubiera imaginado que Eric me mostraría ese tipo de mirada y mucho menos, esa sonrisa. No en este momento, quizás nunca.
Estoy confundida, extrañada incluso, por lo que giro el cuerpo hacia atrás para asegurarme de que no haya alguien a mis espaldas y todo lo que he presenciado no sea más que una expresión dirigida a otra persona.
Pero no hay nadie detrás de mí. La única persona frente a Eric, soy yo.
Vuelvo a mi posición inicial y me lo quedo observando como si fuera un animal herido: cautelosa, reservada, pero eufórica por tal recibimiento; y, sobre todo, dudosa de su comportamiento. Mis pasos se dirigen hacia él, lentos, cuidadosos, y cuando estamos cara a cara, sonrio vacilante.
De cerca se ve más contento. Su sonrisa no ha desaparecido y sus ojos aún irradian ese brillo particular.
No sé cómo actuar ante este nuevo Eric.
—Hola —saluda—. Me alegra que estés aquí. Vamos —toma mi mano sin previo aviso.
Mi sorpresa no llega a calar del todo al ser dominada por la velocidad a la que van mis pasos. Las grandes zancadas de Eric nos llevan hasta el interior de su casa en menos tiempo de lo requerido. Mi cabeza sigue sin procesar todo lo que está pasando. ¡Joder, ni siquiera saludé a los padres de Eric! ¿O no estaban en casa?
—Aquí —dice Eric.
No sé en qué momento nos detuvimos y llegamos a donde sea que fuese «aquí». Suelto su mano y doy un paso hacia adelante. Giro la cabeza de forma lenta de izquierda a derecha. Quiero empaparme de toda la información que el mismísimo Eric me proporciona. Doy media vuelta y sigo estudiando mi entorno. Trago en seco porque los nervios me vencen. No puedo creer que esté aquí, en su habitación.
El corazón me va a dos mil kilómetros por hora.
La decoración es minimalista: un escritorio laminado blanco, libros y un ordenador encima. Dos fotos enmarcadas colgadas en la nívea pared donde se ve a dos jóvenes sonrientes en el campus de la universidad de Bellas Artes. La otra foto es de la familia de Eric con sus hermanos recién nacidos. No me tomo el tiempo de escanear por completo a una versión más joven de Eric, eso sería demasiado. Y por alguna razón, estoy algo asustada, como si esta habitación fuera una bomba de relojería y estuviera a punto de explotar en cualquier momento.
Con disimulo, me seco las manos sobre el pantalón mientras me desplazo unos centímetros hacia la derecha, donde se encuentra la cama con compartimentos y dos mesitas de noche también de color blanco. Dentro de los pequeños estantes hay cosas varias como un bote de lapiceros, clips, más libros de bolsillo, una planta artificial y un par de coches de juguete de Fórmula 1.
Busco con la mirada algún cuadro de arte, bote de pinceles, paletas de colores, algo que tenga relación con la pintura, pero no lo encuentro. Solo me topo con una papelera de papel, un clóset empotrado, un perchero...
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Entre lienzos y reflejos ©️
Chick-LitDos escenarios distintos, pero increíblemente anexos. Ambos desean una cosa diferente y a la vez lo mismo. ~•~ Melisa Torres no puede evitar que su corazón lata con tanta fuerza siempre que ve a Eri...