Cuando Io entro a casa le golpeó de inmediato las fosas nasales el pestilente olor a sudor y tabaco del interior. Pero también percibió un pungente olor a hierbas. Le bastó eso para saber
que Jhonen estaba ahí.
Y allí le encontró, echado en el sofá, fumando uno de esos apestosos cigarrillos con olor a pasto. No solo estaba él; otro de sus amigos, Pérez, ocupaba el cojín del centro del sofá, y Logan estaba en el extremo rayano a la puerta. Miraban el viejo televisor, en donde se transmitía un juego de fútbol.
Io dejó la mochila a un lado, junto a la puerta, y cerró con el mayor cuidado posible para no ser oído. Pero Logan lo advirtió por el rabillo del ojo y lo puso en evidencia en seguida:
—Siéntate, enano, acaba de empezar.
Pero a Io no le apetecía sentarse cerca de los amigos malolientes de su hermano —ni siquiera en el brazo del sofá— y exponerse a sus bromas estúpidas e intentos ridículos de caerle simpáticos.
—Tengo tarea —se excusó.
Jhonen soltó una risa borboteante en la oscuridad. El humo que expelió se entremezcló con la luz del televisor y le delineó los rasgos burlones con una bruma que desdibujó su expresión en una mueca inquietante.
—¿Directo a los libros, pedazo de nerd?
—Hice sopa. Está en la cocina —le dijo Logan.
Io traspuso rápido la pequeña sala de estar y se internó directo allí. Sabía que por «hacer sopa» Logan se refería a echar agua caliente en una cacerola, así que no se ilusionó demasiado, pero el aroma sintético a comida «de plástico» camuflaba un poco el olor a humo asentado en la sala. Fue como un bálsamo para sus fosas nasales y de paso le abrió el apetito; aunque sabía bien que el olor y el sabor de la comida de Logan eran dos cosas diferentes.
Destapó la vieja cacerola descolorida y se encontró un caldo aguado en el que flotaba una isla extraña de fideos pegoteados. La probó y sabía decente. Estaba más fría que tibia, pero no tenía energías de calentarla, así que se encaramó en la encimera para alcanzar un plato de la alacena y se sirvió dos cucharones.
No se percató de que alguien hubiera ido tras él hasta que una mano se asentó sobre el borde de la encimera y un largo brazo le bloqueó el camino como una barrera en cuanto se dio la vuelta para salir de la cocina.
Io sabía de sobra de quién se trataba así que ni siquiera se molestó en mirar. Retrocedió con un tumbo para rodearlo y pasar por detrás de él, pero aquel se le impidió asentando la otra mano sobre la superficie de la encimera justo detrás de él y atrapando a Io en el espacio entre sus brazos. Fue solo entonces que Io se atrevió a mirarlo. Lo hizo con toda la inquina que puso imprimir a sus rasgos.
Jhonen le sonrió de aquella forma extraña. Se acercó tanto que Io pudo percibir más potente que nunca el olor a hierbas que lo impregnaba, como el olor a mierda a un animal de corral, y viró el rostro asqueado, tanto por la peste como por la cercanía de su cara desagradable.
Miró por encima del brazo de Jhonen buscando a Logan, y aquel celebró un gol junto a Pérez, saturando el salón de gritos.
—¿Qué pasa? No te voy a morder. —Después, de súbito, emitió un ladrido y lanzó un mordisco al aire que hizo que Io se echara hacia atrás por reflejo y se golpeara la cabeza con el filo de la alacena detrás.
Hizo un sonido sordo, ahogado por su cabello, pero le dolió lo mismo. Jhonen dejó salir una risa estúpida y, mientras se sobaba la parte posterior de la cabeza, Io lamentó que la sopa no estuviese lo suficientemente caliente como para lanzársela a la cara.
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Bajo los Sauces
JugendliteraturA la sombra de los sauces florece una inusual amistad. Tras conocerse en circunstancias inusuales, Cade, un muchacho solitario, emprende una odisea personal para rescatar al temperamental Io del triste mundo de su padre alcohólico y su problemático...