A medida que transcurrían los días, las clases empezaron a tornarse más ajetreadas, y los estudiantes se vieron de pronto organizando los grupos para sus primeros proyectos, intentando asir el hilo de sus materias.
Para el final de la semana, Nathan continuaba del mismo humor taciturno; mientras que el de Alex se hallaba negro por tener que levantarse temprano su primer fin de semana. Por otro lado, Cade no podía estar más feliz. Su madre regresó el viernes por la noche de su viaje, y la mañana del sábado, cuando se levantó para cumplir con lo prometido y reunirse con sus amigos, se encontró con ella en pie, horneando panecillos y con panqueques y chocolate caliente servidos en la mesa.
Mientras él desayunaba, su madre lo entretuvo contándole sobre su nuevo proyecto en lo que engrasaba bandejas y las rellenaba con mezcla, para luego transportarlas al horno eléctrico.
—Hace mucho que no lidiaba con un cliente tan complicado. Cada vez que solucionábamos un problema con los materiales; a cada cual más caro y difícil de conseguir, se obsesionaba con cambiar o añadir algo. Ahora que los planos están terminados, al fin podré descansar de él.
Cade cortó un bocado de su comida y lo masticó. Hizo un sonido de gusto en cuanto la miel y la mantequilla se deshicieron en su lengua.
El tiempo que estaba en casa, a su madre le gustaba hornear. Cade creía que si hubiese estudiado para convertirse en chef le hubiese ido igual de bien que de arquitecta —y de ese modo no tendría que ausentarse tanto—; pero en el fondo sabía que la verdadera pasión de su madre era la proyección de edificios, así que se reservaba esa opinión.
—Te extrañé —le dijo Cade al acabar de comer.
Elia se inclinó, rodeándole los hombros, y le besó la frente con dulzura. Sus rizos rubios le hicieron cosquillas en el rostro, y Cade se abandonó a sus brazos como si fuera un niño otra vez.
—Lamento haberte dejado solo de nuevo... Ya no tendré que hacer más viajes hasta que esté todo listo para empezar con la construcción. ¡Podré estar aquí contigo hasta el final del mes!
Cade procuró sonreír, aunque no pudo hacerlo con la sinceridad que hubiese querido. Sabía con cuánta facilidad aquello podía cambiar, de manera que prefería concentrarse en el presente.
Al apartarse de él, su madre pellizcó un mechón de su cabello e hizo un gesto desaprobatorio.
—Te ha crecido mucho el pelo. Vas a cortártelo pronto, ¿verdad?
Cade se hizo con otro mechón y tiró de él para medírselo. Le llegaba ya por debajo de la barbilla.
—No creo que me lo corte. En todo caso, lo hubiera hecho durante el verano, cuando hacía calor.
Su madre lo contempló con el reproche evidente en sus delgados labios.
—Ya sabes que tu padre prefiere que lo lleves corto.
—Solo que es mi cabeza; no la de mi padre, y que no vendrá hasta las navidades —contestó él, sin poder diluir el resquemor en su tono.
—No seas así —lo regañó Elia con poca severidad.
La autoridad y la disciplina nunca habían sido el fuerte de su madre. No lo necesitaba; su padre lo compensaba con creces; aún a la distancia.
—De todas formas, échatelo hacia atrás o te lo vas a comer.
Cade obedeció, acomodándoselo lejos del rostro.
Tenía en común con su padre el mismo cabello caoba oscuro; aunque también compartían un rostro idéntico; con treinta años de diferencia. Todo lo demás; los ojos azul aciano, la piel clara y rozagante, propensa a enrojecerse, y la sonrisa amplia y larga, los había heredado de su madre. Asimismo había heredado también el temperamento de ella.
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Bajo los Sauces
Подростковая литератураA la sombra de los sauces florece una inusual amistad. Tras conocerse en circunstancias inusuales, Cade, un muchacho solitario, emprende una odisea personal para rescatar al temperamental Io del triste mundo de su padre alcohólico y su problemático...