(2/3)

117 13 3
                                    

Oh dios, ¿por qué me tientas tanto?¿es una llamada al infierno?
No puedo parar, no puedo ¿cómo me escapo de ella?
Mi autocontrol se perdió en el agujero negro
Me he vuelto loca, estoy confundida
No puedo controlarme, es como un veneno dulce
Si he cometido un pecado, aceptaré el castigo

...

Hacía mucho tiempo, en los días antiguos cuando los equidnas aún vagaban por la tierra como espíritus libres, gobernados solo por la voluntad del viento y el mandato de la luna, había un mundo de pureza inquebrantable. Era una época en la que la libertad reinaba en cada rincón, donde los cielos se extendían como un manto vasto de blanco y azul, hogar de criaturas divinas que danzaban entre las nubes. La vida era sencilla, con la belleza de lo simple, y las tierras se colmaban de vida, con la naturaleza creciendo sin barreras, como un jardín eterno alimentado por los susurros de los dioses.

En este mundo puro y libre, Knuckles era apenas un cachorro soñador, con el corazón lleno de anhelos y los puños torpes de un infante que aún no conocía el peso de la batalla. Sus sueños eran tan inocentes como el rocío en la mañana, sin la sombra de la preocupación que marca a los mayores. Veía el mundo con ojos llenos de maravilla, sin entender aún que la belleza y la serenidad de esos días eran frágiles como una burbuja a merced del viento.

El crepúsculo teñía los cielos con una paleta bicolor; el azul profundo del anochecer abrazaba el naranja y el rosa del sol que se ocultaba detrás de los montes. La luna, tímida aún, comenzaba a asomarse por el horizonte, mientras las criaturas del día regresaban a sus refugios, a la espera del nuevo amanecer. Pero aquel anochecer, algo distinto flotaba en el aire, un susurro oscuro que se filtraba entre las ramas y recorría las praderas sagradas de los equidnas.

Knuckles, siendo tan solo un niño, no entendía del todo la tensión que se apoderaba de su tribu. Aquel día, él observaba con sorpresa cómo los guerreros más valientes y fuertes, que antes marchaban con orgullo y determinación, ahora se apresuraban a entrar en sus chozas, ocultándose tras puertas de madera y cortinas gruesas. La noche se había convertido en un reino de sombras y susurros, donde el peligro acechaba en cada esquina, como si la oscuridad misma hubiera cobrado vida.

En la seguridad de su hogar, Knuckles veía a su padre, el más valiente entre los guerreros, aferrarse a una lanza con una intensidad que nunca había visto. La entrada de la choza estaba sellada por una pesada cortina de piel que bloqueaba la luz del exterior, dejando a la familia envuelta en una penumbra inquietante. Su madre, con el rostro tenso y las manos temblorosas, preparaba una comida que parecía destinada a ser la última cena de alguien.

"¿Mami... Papi? ¿Qué sucede?" preguntó el pequeño equidna, su voz temblando con una mezcla de curiosidad e inocencia. Se levantó, mirando a su madre, que permanecía inmóvil, aferrada a un pequeño cuchillo como si fuera la única barrera entre ellos y una amenaza invisible.

El padre de Knuckles, con una expresión de resignación y preocupación, se acercó a su hijo. Alzándolo en brazos, acarició con ternura las pequeñas rastas rojas del niño. "Son criaturas, pequeño, monstruos que han venido a traer la muerte", dijo con voz temblorosa, mientras Knuckles apretaba sus patas contra el pecho fuerte de su padre.

"¿Pero no somos los guerreros más fuertes de la tierra? ¡Yo puedo pelear para defendernos! ¡Soy fuerte!" exclamó Knuckles con determinación, liberándose del abrazo protector de su padre y adoptando una postura de combate, con la firmeza de quien cree que la valentía es suficiente para enfrentar cualquier desafío.

"No es un enemigo que podamos derrotar, ni un rival al que podamos vencer," respondió su padre con un suspiro profundo. Lo atrajo de vuelta hacia él, sentándolo en su regazo como si al hacerlo pudiera protegerlo de todas las sombras del mundo. "En este mundo, hay cosas que trascienden nuestra fuerza. Nuestra guardiana, Tikal, nos dio el mandato divino de cuidar la Esmeralda Maestra, de protegerla a toda costa, para que no caiga en manos equivocadas, jamás".

Oh My God || Knuxadow || Sonic: La peliculaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora