Prefacio

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Las nubes de lluvia invaden completamente el cielo y los rayos del sol poco a poco desaparecen.

El clima soleado se había convertido en un clima frío, nostálgico y lluvioso. Pero todavía no habían señales de querer llover.

Los autos y motocicletas iban y venían recorriendo las calles.

Las personas caminan por la plaza Blueth, encerrados en su propio mundo, sin importarles la vida de los demás.

Las campanas de la iglesia que está en la plaza, suenan anunciando las siete de la mañana.

Esa es la hora en donde todos empiezan a correr para no llegar tarde al trabajo, escuela o sabrá Dios qué más.

Una a una, las palomas aterrizan en la plaza en busca de comida.

Ya que....

El grito desgarrador de una chica me saca de golpe de mis pensamientos.

Sin hacer ninguna expresión de sorpresa o preocupación, giro mi cabeza para ver a la chica que acaba de gritar.

Ella se encuentra a unas pocas distancias de la banca en donde estoy sentado.

La chica viste el típico uniforme de secundaria, una blusa blanca, una falda larga negra y medias largas del mismo color de la falda.

Una risa casi escapa de mis labios al ver la expresión aterrada en su rostro.

La chica está mirando hacia arriba y sus ojos no dejaban de transmitir miedo.

Sigo con mis ojos la dirección en donde ella está mirando.

Hago una mueca al ver el edificio Vlankort.

Ese edificio sigue estando en construcción desde hace años, tiene aproximadamente cinco pisos listos, pero los demás pisos no se han terminado aún.

Un chico está al borde de la orilla del sexto piso.

La gente sí que hace un drama al ver a alguien en una situación así.

Un sólo paso y cae al vacío.

Qué fascinante y lamentable.

Poco a poco las personas se reúnen alrededor de la chica y miran horrorizados la escena, como si se tratara de una obra de teatro.

—Qué absurdo—murmuro y un suspiro escapa de mis labios.

Cuando todos están sumergidos en su propio mundo y alguien decide irse de este mundo, todos intentan detenerlo para que continúe viviendo una vida disfrazada de felicidad.

Desde aquí puedo ver la mirada melancólica del chico.

No hace falta querer mirar de cerca y ver que sus ojos han dejado todo brillo de esperanza.

Los Shadows están alrededor de él, como las sanguijuelas que son.

—No te lances—dice una de las personas que está en la multitud.

Algunas que otras personas se encuentran llamando a la policía, los bomberos o alguien que pueda ayudar al pobre chico que solo quiere acabar con su desagradable vida.

—Podemos ayudarte—habla una mujer mayor de unos setenta años.

Lo que no saben estos mundanos, es que nadie puede ayudarlo.

Los Shadows se han estado alimentando mucho tiempo de él.

Ellos ya tienen el control absoluto sobre él, ya nadie puede detenerlo y si lo intentan va a ser peor.

Puede llegar a terminar matando gente para callar su dolor.

Dolor, melancolía, miedo y angustia de eso se alimentan los Shadows. Y si te descuidas nunca podrás darte cuenta de que los estás alimentando.

Ya casi se acerca el final de la función.

El chico mira hacia abajo, cegado por la tristeza.

Sabía perfectamente lo que los Shadows le estaban diciendo.

El chico no siguió perdiendo el tiempo y no dudó en dar un paso hacia el vacío.

Su cuerpo cae de manera rápida, y al impactar contra el piso de la plaza, se escucha el inconfundible sonido de sus huesos quebrándose.

Los espectadores que estaban presentes en la obra gritan horrorizados al ver el cuerpo muerto.

—Qué patético, no pudo sobrellevar las voces de los Shadows—murmuro.

Y eso es lo que pasa cuando no te das cuenta de las escorias que hay a tu alrededor.

The ShadowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora