Capítulo III

4 0 0
                                    

Abro la puerta de mi habitación y me detengo al ver a alguien sentado en mi cama.

La luz de la calle entra muy poco por la ventana y no puedo ver muy bien a la persona.

¿Puedes verme?trago grueso al reconocer su voz.

Aquella aterradora figura es tan oscura como el mismo petróleo.

Sus ojos están tan vacíos que me es muy difícil ver si en verdad tienen.

El miedo no tarda mucho en inundarme por completo, pero sabía que no debía demostrárselo porque si no,nunca se hiria.

Trato de mantener la calma y actuar natural, aunque por dentro esté aterrada.

—¿Puedes escucharme?muerdo rápidamente mi labio cuando éste empieza a temblar, se levanta de la cama, haciéndose a un lado.

Desvío mi mirada de él y me acerco a la cama, sentándome en ella.

No sé cómo conozco su nombre a pesar de que esta es la cuarta vez que lo veo.

Zair es más alto que una persona de tamaño promedio.

Lo observo de reojo y camina hasta quedar frente a mi.

Se inclina hasta quedar un poco en la misma altura de mi rostro.

Mi corazón late con fuerza, pero aún sigo manteniéndome sin expresar algo en mi rostro que llegue a delatarme.

No te lo repetiré dos veces Keithal oír mi nombre siendo pronunciado por él, un escalofrío recorre todo mi cuerpo—¿Puedes verme?

Abro mi boca apunto de decir algo, pero mi labio tiembla, demostrando el miedo que sentía.

Oh diablos.

—Creo que eso contesta a mi pregunta—sonríe mostrando todos sus aterradores y blancos dientes, alejándose un poco de mi.

No quiero morir.

¿Dónde está mi mamá?

¿Por qué nadie viene a ayudarme?

Me levanto de la cama con la intención de dirigirme a la puerta y salir de allí, pero no sé en que momento me encuentro rodeada de más sombras aterradoras parecidas a Zair.

Pequeña soy ante sus alturas y eso me intimida, ya que solo soy una niña de ocho años.

Ahora ya no era solo el centro de atención de Zair.

Soy como una pequeña luz y ellos los mosquitos rodeándola.

Qué triste que ya no podrás escapar de nosotros, pequeña Keith—comenta uno de ellos que no conozco y los demás se ríen ante sus palabras.

Me arrodilló en el suelo a pesar de lo frío que está, haciéndome bolita, cerrando los ojos y tapándome los oídos con mis dos manos.

Los monstruos no existen—me repito una y otra vez en la mente.

Esas cosas seguían hablando y burlándose de mi, pero hago oídos sordos a lo que dicen.

Sólo quiero que pare esta pesadilla.

Yo nunca pedí esto.

Tengo que despertar.

Probablemente estoy en una pesilla y cuando despierte todo estará bien.

The ShadowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora