Desperté con un sobresalto, mi cuerpo temblando y mi mente aún enredada en la oscuridad. Había tenido una pesadilla; no la recordaba, pero estaba aterrada y sudorosa. Me costó un momento recordar cómo había llegado allí. Mi visión seguía nublada, pero poco a poco empecé a distinguir el contorno de mi habitación. Sentí una presión abrasadora en el hombro derecho. Me rasqué con desesperación para aliviar el escozor, pero el ardor se intensificaba con cada movimiento, como si la piel bajo mi mano se estuviera quemando.
Me saqué parte de la camiseta para ver con atención la zona afectada. Seguí con los dedos el relieve en mi piel: una marca grabada a fuego lento, una estrella de cinco puntas dentro de un círculo. Los trazos parecían ser recientes; alguien había marcado mi piel como a un animal de ganado.
Unos pasos me hicieron volver a la realidad. Cubrí la marca nuevamente y busqué entre la funda de la almohada mi navaja. Apunté a la puerta al mismo tiempo que se abrió.
El rostro de Cora apareció en el marco de la puerta. Verla fue un alivio para ambas; sus ojos se desviaron hacia la navaja que yo empuñaba y no pudo evitar sonreír.
—Veo que te has recuperado —dijo mientras se metía en la habitación y cerraba la puerta tras de sí.
Cora se sentó a mi lado, y aunque intenté evitarlo, mi mirada inevitablemente se dirigió a su brazo, o más bien, a la ausencia de él. El muñón, ahora cubierto por la tela de su camisa, era un recordatorio constante de lo que habíamos perdido, de lo que yo había causado. Todo había ocurrido hace cuatro años, pero el peso de la culpa seguía aplastándome como si hubiera sido ayer.
Nosotras éramos nuevas en este lugar, inexpertas e inconscientes. Creíamos que nuestro escondrijo era seguro, pero esos seres, iguales al que ahora había dejado entrar en nuestro hogar, nos encontraron. Aún puedo recordar la adrenalina, el caos de esa noche. Habíamos conseguido clavar balas de plata en sus muertos corazones y pensé, ingenuamente, que habíamos ganado. Pero al girarme, vi a Cora, y todo cambió.
Ella estaba de pie, mirando su muñeca con una expresión de horror resignado. Mi mirada siguió la suya y vi las marcas, los colmillos que habían perforado su piel. El veneno ya estaba dentro de ella; lo supe por las gotas negras que se deslizaban de la herida. Iba a convertirse en uno de ellos.
—Cora, no... —Mi voz se rompió mientras la abrazaba y las lágrimas inundaron mis ojos—. No me dejes, por favor, no te vayas.
Cora me devolvió el abrazo, acariciando mi cabello con una ternura que desgarraba mi alma.
—Por lo menos sé que tú estás a salvo —susurró, su voz firme, aunque temblaba un poco al final.
Se apartó un poco y me miró a los ojos, su expresión llena de dolor. Entonces, me entregó su pistola, la misma que había usado tantas veces para protegernos. Su mano temblaba ligeramente mientras la sostenía, y en sus ojos vi el brillo de la despedida.
—Tienes que hacerlo —dijo con una suavidad que me rompió el corazón—. Debes dispararme en el corazón.
Mi mano temblaba tanto que apenas podía sostener la pistola. El dolor en su mirada era insoportable. Ella era lo más cercano a una madre que había tenido, y no estaba lista para perderla, para ser la causa de su muerte. No podía, simplemente no podía.
Las venas de su brazo comenzaron a oscurecerse, volviéndose negras mientras el veneno se extendía rápidamente. El pánico me golpeó, nublando mi juicio, empujándome a una desesperación que nunca había sentido antes. No podía dejar que muriera, no de esa manera.
En un acto de desesperación, dejé caer la pistola y me lancé hacia el machete que había caído al suelo durante la pelea. Cora apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que yo lo levantara y, con toda la fuerza que me quedaba, corté su antebrazo en un intento desesperado por salvarla. La sangre salpicó, y su grito de dolor resonó en mis oídos, pero supe que no había otra opción. Prefería que me odiara, que me maldijera por lo que había hecho, antes que verla transformarse en una de esas criaturas.
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La presa se vuelve cazadora
Ficção AdolescenteUna amenaza desconocida ahora puede caminar bajo el sol. Un grupo de supervivientes conocido como "Las Presas" captura a uno de ellos en uno de sus asaltos. Deciden acabar con él para no correr riesgos, hasta que la más joven interviene, sugiriendo...