Intentaba dar sorbos pequeños, pero ellos ya empezaban a sospechar. Empecé a pedir martinis, no por gusto, solo porque lo que sea que llevaba era igual de transparente que el agua. Iba al servicio con la copa, diciendo que me hacía mucho pis. Vaciaba el contenido y le ponía agua para continuar con la fiesta. Aun así, seguía teniendo ese leve sabor.
Volviendo a reunirme con ellos, me detuve a analizarlos. Eran cuatro, cada uno más peculiar que el anterior. Uno rapado al completo, con una sonrisa que no alcanzaba los ojos; otro tenía los brazos tatuados, con una pequeña lágrima marcada bajo el ojo izquierdo. El tercero era casi esquelético, el único que llevaba camisa, con el cuello bien levantado. El último llevaba varios collares dorados alrededor del cuello, demasiados para mi gusto. Pero lo que más llamaba la atención de él, era la cicatriz que le cruzaba el rostro desde la ceja derecha hasta la mandíbula.
Al percatarse de mi presencia, el delgado se giró rápidamente, estudiándome con más atención de la que me gustaría. No importaba, volví a poner la sonrisa bobalicona mientras alzaba la copa y me acercaba moviendo las caderas seductoramente.
—¿Sabes que puedes dejar la copa aquí mientras vas al baño verdad? —dijo señalando mi bebida.
Sonreí como tonta, me dejé caer a su lado en el sofá, más cerca de lo normal y eso pareció gustarle.
—No puedo confiar en vosotros, —mi sonrisa es exagerada, pero eso a él no le importa —todavía claro.
El tipo soltó una carcajada, sus amigos se unieron, aunque el tatuado miraba con recelo. Sabía que estaba empezando a levantar sospechas. Me apoyé en el respaldo del sofá, dejando que mi cuerpo se relajara más de lo necesario, lo suficiente para parecer que estaba entregándome al ambiente, pero no tanto como para perder el control.
—¿Y qué necesitas para confiar en nosotros, preciosa? —preguntó el hombre tatuado, su sonrisa ladeada, mientras me lanzaba una mirada que intentaba ser seductora pero que solo me resultaba repugnante.
Incliné la cabeza hacia él, jugando con el borde de la copa entre mis dedos.
—Conoceros será suficiente — di un trago y dejé la copa en la mesita redonda —¿Qué os trae por aquí chicos?
—Conocernos, ¿eh? —el tatuado me lanzó una mirada cómplice, como si estuviera metiéndome en su pequeño juego. Se acomodó en el sofá, al igual que yo, completamente despreocupado. Yo no parecía ser una amenaza para él. Perfecto.
El tipo más joven, con el pelo rapado, se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas mientras me estudiaba.
—Venimos de lejos, preciosa —dijo, esbozando una sonrisa que intentaba ser encantadora—. De un sitio llamado El Vado.
Conocía ese lugar. Era famoso. Un refugio de humanos donde la supervivencia no se basaba en la ética, como en mi grupo. Allí sobrevivía el más fuerte. Muy pocas mujeres salían adelante en esas condiciones y, las que lo hacían... Había oído historias desgarradoras.
—El Vado —repetí, fingiendo curiosidad—. He oído que allí no cualquiera sobrevive.
—Eso es lo que lo hace especial —respondió el rapado, sonriendo con orgullo—. Solo los fuertes siguen adelante. El resto... bueno, se quedan por el camino.
El de la cicatriz, decidió unirse a la conversación.
—Estamos de paso —dijo, como si eso lo explicara todo—. Negocios, ya sabes. Siempre hay algo que hacer por aquí.
"Negocios". Theon me contó la noche anterior por qué estos idiotas son inmunes en este lugar. No es por lo intimidantes que parecen, sino porque traen mujeres humanas como intercambio. Ofrecen bolsas de sangre y, a cambio, tienen inmunidad aquí. Asqueroso.
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La presa se vuelve cazadora
Novela JuvenilUna amenaza desconocida ahora puede caminar bajo el sol. Un grupo de supervivientes conocido como "Las Presas" captura a uno de ellos en uno de sus asaltos. Deciden acabar con él para no correr riesgos, hasta que la más joven interviene, sugiriendo...