VIII

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Los días pasaban con una pesadez implacable, y el eco de los rumores sobre So Hyan se filtraba por cada rincón del colegio. Se hablaba en susurros y en debates acalorados, pero el rumor más devastador era el que decía que So Hyan había tomado una decisión irreversible. Dian no podía soportar escuchar esas palabras, especialmente cuando llegaban a oídos de aquellos que no parecían tener respeto por la memoria de su compañera.

Era la hora del almuerzo cuando Dian se encontró en el comedor, intentando distraerse con su comida mientras el bullicio de los estudiantes llenaba el espacio. La conversación en el comedor, como de costumbre, giraba en torno a los temas más triviales hasta que el comentario hiriente alcanzó sus oídos. Un compañero, de pie junto a la mesa de los demás, se rió con desdén mientras decía:

-Era mejor que se muera. Total, era un estorbo.

Dian sintió como si alguien le hubiera dado una bofetada en el rostro. La ira lo envolvió de inmediato, una ola de furia que no podía controlar. De repente, sintió que la rabia se acumulaba en sus músculos, sus pensamientos se volvían confusos por la indignación.

Sin pensarlo dos veces, Dian se levantó de la silla con un brusco golpe. Caminó hacia el compañero con determinación, sus pasos resonando en el suelo de linóleo. Con la rabia a flor de piel, arrojó el plato de comida del compañero contra él. La comida se derramó por su ropa y la expresión de sorpresa en su rostro.

-¿Cómo te atreves a hablar así de ella? -gritó Dian, sus palabras cargadas de furia.

Antes de que el compañero pudiera reaccionar, Dian le propinó un puñetazo en la cara, haciendo que cayera al suelo. Los otros estudiantes comenzaron a gritar y a rodear la escena, creando un tumulto que se fue amplificando con cada segundo. Los dos chicos comenzaron a intercambiar golpes, sus cuerpos se movían con una furia descontrolada, mientras la gente intentaba separarlos.

Dian no dejaba de pensar en la humillación y el dolor que So Hyan había enfrentado. En su mente, no sólo estaba peleando contra el compañero que había hecho el comentario, sino contra todo el desprecio y la insensibilidad que sentía que se estaban acumulando alrededor de ella.

Finalmente, los profesores y otros estudiantes lograron intervenir, separando a Dian y al compañero con dificultad. Los dos fueron llevados a la oficina del director, y el ambiente en el comedor quedó tenso y cargado de murmuraciones sobre la pelea.

Dian, con la respiración agitada y el rostro enrojecido, se sentó en la oficina del director esperando el juicio que le esperaba. Aunque sabía que había actuado impulsivamente, en el fondo sentía que había hecho lo que su corazón le dictaba: defender a So Hyan, incluso cuando ella no estaba allí para hacerlo por sí misma.

La situación era más grave de lo que había imaginado, pero Dian estaba dispuesto a enfrentar las consecuencias. La pelea había sido un grito desesperado contra la injusticia y el dolor, y mientras esperaba el próximo paso, el eco de las palabras de So Hyan aún resonaba en su mente.

Aquella Noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora