1. Un encuentro inesperado.

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El crepúsculo se cernía sobre la ciudad destrozada, bañando las ruinas en un resplandor anaranjado. La brisa cargada de polvo arrastraba consigo un silencio inquietante, solo roto por el eco lejano de un gruñido, una advertencia constante de que el peligro acechaba en cada esquina.

Athena se movía con sigilo entre las sombras, pero el sudor frío corría por su espalda. Su respiración era apenas un murmullo, controlada por el terror que siempre latía en su pecho. Aunque había aprendido a moverse sin hacer ruido, cada crujido de su bota en el suelo o el golpe de su propio corazón la hacía pensar que no pasaría desapercibida.

"No pienses en ellos... no pienses en ellos..." Se repetía una y otra vez, un mantra que la mantenía en movimiento. Pero era imposible. Sabía lo que sucedía cuando te encontraban; había visto suficientes destrozos para que el miedo la acompañara cada segundo. Las criaturas no daban tregua. Y cada sombra, cada rincón oscuro, parecía ocultar el peligro.

El eco de un gruñido resonó más cerca, y Athena se detuvo en seco. El aire se le atascó en la garganta, sus ojos recorriendo frenéticamente los escombros en busca del origen del ruido. Un escalofrío le recorrió la espalda. El miedo la paralizaba, aunque intentaba mantener la compostura. Sabía que estaba sola, pero la sensación de ser observada, cazada, nunca la abandonaba.

De repente, un movimiento captó su atención. Athena sintió que la sangre abandonaba su rostro. Al otro lado de la calle, una figura humana se tambaleaba, arrastrando una pierna ensangrentada. Instintivamente, dio un paso atrás. Su corazón comenzó a latir con fuerza en sus oídos, sus manos temblando ligeramente.

"No es un zombie...", se recordó a sí misma. Sin embargo, su cuerpo seguía preparado para correr, para huir si esa cosa al otro lado de la calle resultaba ser lo que más temía. Pero no lo era. El hombre, aún vivo y claramente herido, se desplomó en la acera. Athena miró a su alrededor, evaluando los riesgos, y soltó un suspiro de frustración.

—Carajo —murmuró, sabiendo que quedarse allí más tiempo aumentaba las probabilidades de atraer a los no-muertos. Pero no podía ignorar lo que acababa de ver. A pesar de todo, algo dentro de ella se negaba a dejar a alguien morir solo en la calle.

Con una decisión rápida, cruzó la avenida desierta y se acercó al hombre. Al llegar a su lado, se dio cuenta de que no era solo el cansancio lo que lo había derribado; una fiebre ardía en sus ojos, y su respiración era irregular.

—Hey, ¿estás bien? —preguntó con voz firme pero preocupada.

El hombre levantó la vista con dificultad, sus ojos reflejando desesperación. No podía hablar claramente, pero el esfuerzo era evidente.

—Vamos, te ayudaré —dijo Athena, con una determinación que apenas ocultaba su inquietud.

Con gran esfuerzo, lo levantó y lo llevó hacia su departamento. El camino de regreso fue tenso, cada ruido, cada movimiento en la distancia, hacía que su corazón se detuviera por un instante. Al llegar, lo colocó cuidadosamente en el suelo y comenzó a examinar sus heridas.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Athena mientras limpiaba y vendaba las laceraciones.

—Gabriel —murmuró él, su voz débil pero clara.

—¿Qué te pasó? —Athena siguió trabajando, su tono suave, aunque su mente no dejaba de estar alerta. Cada segundo que pasaba allí afuera, cada minuto que se demoraba, podía significar la muerte.

Gabriel intentó hablar, pero el dolor le dificultaba formar palabras coherentes. —No... no puedo...— murmuró, la voz entrecortada.

Athena asintió con comprensión, terminando su trabajo en silencio. Notó que él estaba deshidratado y le ofreció un poco de agua.

—Toma esto, te ayudará —dijo mientras le pasaba la botella.

Gabriel bebió lentamente, agradecido por el alivio. Athena lo observó por un momento. La sensación de peligro aún no la había abandonado.El aire, incluso en su refugio, parecía demasiado denso, como si las sombras detrás de las ventanas escondieran algo que ella no podía ver.

Cuando un crujido resonó desde el piso inferior, Athena se tensó al instante. Su cuerpo reaccionó antes de que su mente lo hiciera, y de inmediato levantó un dedo hacia Gabriel para que se callara. Sus ojos se dirigieron a la puerta, el corazón retumbando en su pecho.

—¿Qué pasa...? —preguntó Gabriel, notando su reacción.

Athena se mantuvo en silencio, su vista fija en la entrada del apartamento. El miedo la paralizaba, como siempre lo hacía cuando sentía que ellos estaban cerca.

—Nada... solo... —murmuró finalmente, pero su tono no convencía ni a ella misma—. Solo... asegúrate de no hacer ruido y descansa.

Gabriel, aún aturdido, la observó con una mezcla de confusión y preocupación. El miedo en sus ojos era palpable, como si todo su mundo estuviera a un paso de desmoronarse.

—Los... zombies... —susurró Gabriel.

Athena asintió en silencio, sus manos temblorosas traicionando el terror que intentaba ocultar. Aunque sabía que el peligro estaba siempre ahí, nunca era más real que en momentos como este, cuando el silencio era demasiado profundo y cada sombra parecía moverse.

Mientras Gabriel descansaba, su mente estaba ocupada en preguntas sin respuesta. ¿Quién era este hombre llamado Gabriel? ¿Qué lo había llevado a estar tan herido y solo? A pesar de sus esfuerzos por mantener una distancia emocional, no podía evitar sentirse intrigada por la historia que se escondía detrás de sus ojos agotados.

Ecos de la RuinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora